Jorge Durán Figueroa
Me imagino a Joseline Pando Cornejo, cuando niña tratando de entender que su cuerpo y mente le conducían a realizar movimientos innatos del modelaje.
Muchas virtudes de la niñez, expresadas de manera sutil, no son aprovechadas y se pierden con el paso del tiempo.
Su caso es diferente. En cada reunión familiar, donde podía, demostraba que lo suyo era el modelaje.
¿A qué niña no se le ocurre poner sus manos en la cintura y, entre el aplauso de los suyos, caminar “aleteando” la cintura, imaginando estar a una pasarela?
Terminó la primaria y secundaria. Por recomendación de un amigo de su hermana Magaly comenzó a prepararse como modelo profesional.
La vida le tenía muchas sorpresas. Para concretarlas se necesita coraje, reconocer que se tiene talento; igual la decisión para no quedarse arando la misma tierra.
No del todo, pero dejó su natal Santa Isabel. En Cuenca ingresó a la Escuela de Modelaje Tatiana Torres. Aquí se le despejó el horizonte.
A Joseline, 20 años de edad, de padres humildes que no llevan ni terno ni vestido de seda, con raíces en la ruralidad; que para tener ingresos propios labora en un almacén de electrodomésticos, le alumbró, literalmente, la luz fugaz de un meteorito. Supo que las oportunidades se presentan una sola vez. Si no se las aprovecha, si en los pocos segundos que hay para ver la luz de aquel cuerpo celeste no se logró, todo está perdido.
Quién creyera que una chica “de provincia”, de la “periferia” del país, de un cantón, uno de los más atrasados del Azuay, reconocido sí por el buen clima de su valle, llegara a Filipinas para participar en el concurso internacional de belleza y modelaje Supermodel Worldwide 2025, representando al Ecuador, aunque, hay que decirlo, el 75 por ciento del país no lo supo, se hizo el que no sabía, o minimiza el certamen.
Quién creyera que Joseline quedó segunda finalista entre once candidatas.
Sus padres se endeudaron para costearle el viaje. Fue su primer viaje en avión. Ella misma tuvo que maquillarse, peinarse, vestirse; es decir “batirse por sí sola”. El traje típico que exhibió fue confeccionado por un diseñador de Manabí. La Academia donde estudio se encargó de los demás trajes.
Llegó al aeropuerto de Guayaquil luciendo su corona. Ningún medio “nacional” para la cobertura, ni siquiera los faranduleros. Luego hablan del “Ecuador profundo”.
Solo fueron sus padres y hermanos con un girasol en la mano y un letrero para darle la bienvenida. En Cuenca, igual, salvo El Mercurio que hizo un reportaje luego del concurso. Los de Santa Isabel lo dieron todo.
Una historia digna de Macondo. (O)