Durante mucho tiempo, se usaron los encuadres ideológicos para entender el funcionamiento del periodismo: ¿a quién sirve este titular?, ¿de qué lado está este medio? Pero en el ecosistema actual, regido por métricas, viralidad y sistemas de recomendación, la lógica dominante ya no es la ideológica, sino la performativa. Lo que importa no es solo qué se dice, sino cuánto ruido hace, cuántos clics provoca y qué tan lejos se viraliza.
La cobertura mediática de las declaraciones ante la Comisión de Fiscalización de Daniel Salcedo —quien tiene condena judicial y prontuario de serie policíaca— es un caso de estudio. A pesar de no presentar una sola evidencia sólida, sus palabras fueron amplificadas con gusto por buena parte de la prensa nacional. No solo porque ayudaban a debilitar la ya complicada imagen de la oposición, sino porque tenían todos los ingredientes del éxito digital: provocación, escándalo, dramatismo. ¿Rigor? ¿Verificación? ¿Contexto? No hubo tiempo.
Hoy las redacciones no trabajan con brújula de métricas. A la vieja regla de las “dos fuentes como mínimo” se le suma una nueva: que el titular tenga gancho y que la nota mantenga al lector pegado al celular por más de 30 segundos. Las decisiones editoriales giran en torno a variables como el CTR (click-through rate), la tasa de rebote, el tiempo de permanencia y el sacrosanto engagement: me gusta, comentarios y, sobre todo, compartidos. Porque si no se comparte, no existe.
Y claro, lo que se comparte es lo que genera emociones fuertes en los primeros minutos: ira, sorpresa, escándalo, risas fáciles. El periodismo que invita a pensar tiene menos éxito que el que invita a indignarse. La vieja teoría del agenda-setting —esa que decía que los medios deciden de qué se habla— ha sido reemplazada por el trending-setting: se cubre lo que ya es viral.
Los políticos han entendido esto mejor que nadie. Hoy, quien domina el potencial performativo de una historia domina la conversación pública. Y en eso Daniel Noboa y su equipo juegan con ventaja: entienden los códigos de la viralidad, saben cómo instalar enemigos, frases cortas, conflictos morales. No convencen, viralizan. Y en el camino arrastran incluso a medios que antes se enorgullecían de su rigor. El problema es que, cuando la noticia se convierte en espectáculo, la democracia termina siendo parte del show. (O)
@avilanieto