
Recordar y visualizar el pasado, permite ser y vivir en plenitud, por la consciencia que se desarrolla de las circunstancias experimentadas y de su importancia en el presente de los individuos y de los pueblos. La desintegración y la decadencia, cuando se presentan, pueden asociarse al olvido y al menosprecio del pasado, que nunca ha sido el caso de Cuenca, por el reconocimiento permanente y colectivo de nuestra herencia y patrimonio.
La memoria o el poder de los recuerdos
La destacada escritora francófona Margarite Yourcenar, autora de varias obras conocidas por nosotros como “Memorias de Adriano”, “Opus Nigrum” y otras, en un libro, “Los ojos abiertos”, producto de una serie de entrevistas que concediera al periodista Matthieu Galey, expresa su opinión sobre la memoria y los recuerdos: “Cuando se habla de amor al pasado, debemos entender que se está hablando de la vida. La vida está mucho más en el pasado que en el presente. El presente es un momento siempre corto, incluso cuando su plenitud lo hace parecer eterno. Cuando se ama la vida, se ama el pasado porque es el presente tal como ha sobrevivido en la memoria humana”.
Recordar, es un mecanismo que permite evocar el pasado, reconstruirlo, convirtiendo a hechos, circunstancias o personas en referentes que nos sostienen porque le otorgan sentido a la existencia. Las personas somos la suma de circunstancias y de hechos vividos y también somos el resultado de lo aprendido, conocido y experimentado. La memoria es un recurso vital. Recordamos, casi siempre, lo mejor de lo que nos ha pasado. Olvidamos lo negativo y doloroso, porque olvidar es una característica humana de supervivencia, pues el recuerdo de afrentas y agresiones, trae consigo resentimiento y oscuridad. La exhortación cristiana para perdonar, tiene que ver con esta afirmación y su objetivo es la sostenibilidad.
En 1978, se inaugura la Sucursal del Banco del Pacífico en Cuenca
En la tradicional casona de la calle Benigno Malo, entre Gran Colombia y Bolívar, el Banco del Pacífico inicia sus actividades en la ciudad de Cuenca. Fue un acontecimiento importante que convocó a muchos ciudadanos y profesionales de la localidad para que formaran parte de una organización que contribuyó significativamente al desarrollo de la ciudad y del país.
Su sólida cultura organizacional, inspirada en la filosofía empresarial propuesta por Roderick F. O’Connor en su libro “Gerencia humanizada” e implementada en esa institución por Marcel J. Laniado, fue asumida y puesta en práctica por todos sus integrantes y gestionada profesionalmente por instancias internas dedicadas exclusivamente a cultivar el modo de pensar de sus colaboradores. Esa mentalidad fue la base humana y cultural sobre la cual su actividad financiera y social se desplegó con entusiasmo, capacidad y con un sentido de pertenencia de sus colaboradores, profundo e inclaudicable, hasta el punto de que aún hoy, casi treinta años después de que esa iniciativa institucional concluyera, perdura en todos quienes formamos parte de ese proyecto único y ejemplar.

Todo era especial y novedoso en esa institución, en esa época. La esencia de su identidad fueron las personas, tanto quienes la conformaban, como los ciudadanos, a los que servía. Funcionarios de alto nivel cuidaban a la gente a través de procesos complejos de inducción cuando ingresaban al Banco, así como de serios programas de formación continua en competencias profesionales y, sobre todo, en competencias cívicas y ciudadanas. El desarrollo humano y la cultura de los colaboradores era gestionado por funcionarios cuya labor fue ampliamente apoyada, personal y directamente, por los responsables máximos de la institución, tanto a nivel nacional como local. La familia de los colaboradores tenía un tratamiento especial a través de programas propios de salud y educación. Los niños, hijos de los colaboradores, formaban parte de todo y también contaban con programas para ellos. Y, todo esto se lo hacía, sin que esta actividad de cuidado de la gente, esté en el ámbito obligatorio de las relaciones laborales tradicionales, determinadas por las leyes del trabajo y por otras que regulaban ese vínculo.
Ya en el ámbito de los servicios financieros y otros, a nivel nacional e internacional, el Banco del Pacífico implementó el primer cajero automático en Sudamérica y en el Ecuador, lideró la incorporación de la computación a la gestión empresarial en el país, abrió un amplio espacio laboral a las mujeres, desarrolló un exitoso programa de crédito dirigido a ciudadanos de mínimos recursos. Fue la institución que trajo, difundió y facilitó el uso de internet en Ecuador, en los inicios de los noventa. En el mundo de la cultura gestionó museos y colecciones de piezas arqueológicas.
Y, acá en Cuenca, una joya…
La Galería de Arte
Desde la fundación de la Sucursal en Cuenca del Banco del Pacífico, quienes fueron los responsables locales de ese acontecimiento, entre los cuales estaba Cornelio Malo Donoso, que fue su Gerente durante muchos años, concibieron destinar un espacio de la institución para recibir y promocionar la producción plástica de los artistas locales y nacionales.

Esos años, finales de los setenta, ochenta y noventa, fueron de gran actividad cultural en la ciudad, especialmente en el ámbito de las artes plásticas. En esa época, en 1987, tuvo lugar la I Bienal de Pintura de Cuenca. Algunas galerías de arte y espacios culturales privados y públicos, exhibían las obras de los artistas.
El espacio que el Banco del Pacífico en Cuenca destinó para que funcione la Galería de Arte, fue tomado inmediatamente por los artistas que lo consideraron como suyo. La demanda para exponer fue siempre amplia y la respuesta institucional fue de apertura y solidaridad con la creación artística local.
Algunas razones pueden explicar el éxito de ese espacio cultural: su ubicación en el centro histórico de la ciudad, su apertura a todos quienes querían exponer, su política de ninguna exigencia de retribución alguna por su utilización, su tamaño ideal para muestras pequeñas y, sobre todo, para cobijar a la gente que asistía a las inauguraciones de las exposiciones y creaban un ambiente festivo, cálido y de jubilosa celebración por la obra que se presentaba. Era un lugar de alegría, arte, entusiasmo y fraternidad. Un espacio de realización y felicidad.
En esa época, muchos artistas producían prolíficamente. La Galería del Banco del Pacífico, en el lapso comprendido entre 1978 y 2001, inauguró más de trescientas veinte exposiciones, a razón de algo más de una por mes.
Presentaron su obra en ese tradicional espacio tantos artistas que no es posible nombrarlos aquí. Sin embargo, y con las debidas disculpas por no mencionarlos a todos, escribo algunos nombres: Manuel Tarqui, Edgar Carrasco, la familia Burbano, Ricardo Montesinos, Julio Montesinos, Ricardo León, James Pilco, Guido Álvarez, Fausto Sánchez Valdivieso, Tomás Ochoa y muchos más… integrantes todos de una inolvidable y entrañable generación de artistas cuencanos.
Los artistas y la gente que asistían a las inauguraciones de sus exposiciones, creaban un ambiente festivo, cálido y de jubilosa celebración por las obras que se presentaban y por el disfrute de encontrarse con amigos y conciudadanos, que acudían allá, sabiendo que ese espacio también era suyo. Fueron momentos de alegría, arte, entusiasmo y fraternidad.