¡Clase política indolente!

Gonzalo Clavijo Campos

Ante una Plaza de San Pedro vacía, en abril de 2022, el Papa Francisco proclamó  un mensaje histórico al mundo entero. En la pandemia «nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, llamados a remar juntos, necesitados de confortarnos mutuamente».

El Artículo 119 de la Constitución Política del Ecuador establece que: “Las instituciones del Estado, sus organismos y dependencias, así como los funcionarios públicos, no podrán ejercer otras atribuciones que las consignadas en la Constitución y en la ley, y tendrán el deber de coordinar sus acciones para la consecución del bien común”. A su vez, el Artículo 135 indica que: “Los diputados actuarán con sentido nacional y serán políticamente responsables ante la sociedad del cumplimiento de los deberes propios de su investidura”.

Pero en estos últimos lustros, y más aún en estos dos años, se ha sentido con claridad que la clase política y los gobernantes del país poco o nada entendieron el mensaje del Pontífice de remar juntos, la obligación de todo funcionario público en trabajar por el bien común y el deber de los asambleístas de actuar con sentido nacional. Por el contrario en sus acciones reina tan solo demagogia, intereses personales y de sus caudillos. Por ello la pérdida total de credibilidad tanto de la Asamblea como de la Presidencia de la República, con lo cual el único camino a seguir fue aplicar la denominada «muerte cruzada».

¿Cómo llegamos a este extremo? Es la pregunta generalizada. Una Asamblea que se deslegitimó completamente debido a error tras error, siendo percibida como completamente ineficiente y alejada del clamor ciudadano. Un Gobierno Central que no cumple sus promesas de campaña de reactivar la economía, reducir el desempleo y mejorar la atención de la salud, pues la migración se incrementó, la vialidad primaria se destruye y la inseguridad es la principal preocupación ciudadana.

La «muerte cruzada» es, sin duda, la evidencia más clara del fracaso total de la clase política ecuatoriana. ¡Dios salve a nuestro hermoso y bello país, lleno de gente buena y bondadosa e ilumine a todos! (O)