Los seres humanos hemos creado un mundo de valores, creencias y saberes, sin el cual sólo podríamos regresar al reino de la violencia en una lucha de todos contra todos para poder sobrevivir. A veces, sin embargo, la insensatez, se ha impuesto y ha conducido a muchas sociedades hacia la creación de condiciones que, obstaculizan la consecución de las metas más deseadas.
Una sociedad psicológica y moralmente saludable es aquella en la que hay seguridad, justicia independiente del poder político o económico y libertad. Esto ocurre cuando la vida social se desarrolla en condiciones dignas, y prima la ley. Es el ciudadano quien decide su destino y no una camarilla gobernante, cuando se respeta la libertad de pensamiento, la corrupción es reprimida a todo nivel y no a quienes la denuncian, éste es el ambiente ideal de una sociedad sana, la que todos anhelamos. En síntesis, lo opuesto a todo aquello que el Ecuador soportó durante la larga y tenebrosa pesadilla correísta.
Actualmente nuestro país está sufriendo una tormenta, no solamente por la pandemia, el secretismo del plan de vacunas, de la crisis económica, el desempleo, la educación, cuyo sistema es un fracaso adornado con canciones infantiles, sino también por el imperio de la delincuencia, la corrupción, el crimen elevado a niveles increíbles de crueldad.
La política ecuatoriana se ha deformado, hasta convertirse en un hato de mentiras, y de una sociedad sin memoria que alimenta ingenuas esperanzas, sin partidos ni debates verdaderos, nuestro Ecuador se deja zarandear por cuanto aventurero político aparece con ínfulas de sabio; y para colmo se somete a una autoridad electoral, que por incompetencia, por deficiencias de la ley, o por ambos motivos, ha hecho todo lo necesario para dar el olor de fraudes a todas sus acciones, incluso cuando por excepción son las correctas.
Lo más grave, sin embargo, es la DESINTEGRACIÓN MORAL de una sociedad a cuyos ojos los valores éticos y morales, no son más que un estorbo que se puede arrojar a la basura. Vivimos bajo el imperio de la liviandad, el oportunismo y la indolencia.
Los valores humanos nunca deben ser particulares, ni estar sólo orientados a satisfacer las aspiraciones de grupos, razas, naciones, o ideologías, éstos deben ser universales.
Urge globalizar la paz, la libertad y la democracia, para poder vivir en una tierra feliz y vaciar la copa que hoy rebosa de llanto, dolor y llenarla con solidaridad. (O)