Allan Pinkerton fue un tonelero escocés que partió con la ola de inmigrantes hacia Estados Unidos. Se estableció cerca de Chicago donde abastecía con sus toneles a los ranchos de la región. En 1847, un caso fortuito cambiaría su vida cuando unos coterráneos le pidieron que atrapara a un estafador de billetes falsos. Pinkerton acopló una trampa y lo pescó con las manos en la masa. En vista de sus habilidades, en 1848 el sheriff del condado lo recomendó a la policía de Chicago. Se incorporó como su único detective. Sin embargo, las presiones políticas le desencantaron y dimitió de su cargo.
Entonces, el administrador de Correos de Chicago lo contrató para que investigara la desaparición de cartas con cheques bancarios. Pinkerton trabajó como auxiliar, ocultando su identidad. Descubrió que el que robaba los cheques era el sobrino del administrador que lo había contratado y lo denunció. Con el prestigio que ganó con este caso, abrió su oficina como detective privado. Fue el pionero del primer archivo de identificación de delincuentes -la galería de pícaros- como solía llamarla, con fotografías y descripciones físicas.
A diferencia de otras agencias, Allan no contrató a exdelincuentes para el trabajo de calle, sino a gente honesta. Uno de sus espías más destacados fue Kate Warne, una viuda que respondió a un anuncio de empleo. Pinkerton se mostró reticente. No empleaban mujeres para ese trabajo. Ella le convenció que las mujeres son observadoras y pueden hacer que los hombres suelten la lengua con facilidad. De esta forma Kate se convirtió en la primera mujer detective de la historia.
El caso que consolidó la reputación de Pinkerton fue la conspiración para asesinar a Lincoln en 1861, justo antes de que se posesionara como presidente, antes de la Guerra de Secesión. Allan se enteró que planeaban matarlo a bordo de un tren. Convenció a Lincoln de que se disfrazara para que pasara desapercibido en el viaje.
Luego de este incidente, recalcó la importancia de estar siempre alerta, surgiendo el logo de la compañía: un ojo abierto con la frase “We never sleep”, del que se deriva el mote de esta profesión en EE.UU: private eye u ojo privado. Además de detective, prestó su casa como una de las paradas del “ferrocarril subterráneo” por el que miles de esclavos huyeron hacia la libertad.
En 1869, sufrió un derrame cerebral. Cedió el control de la agencia a sus hijos mientras escribía sus memorias. Murió quince años más tarde convertido en el pionero de la “galería de pícaros”. (O)