Como recordará usted amable lector, el Capo Correa y la llamada “revolución ciudadana”, llegó al poder anunciando a las alegres multitudes el fin de la larga noche neoliberal. Ha pasado más de una década, y las fórmulas para sacarnos de la pobreza tan promocionadas por su nefasto gobierno siguen iguales, sólo que ahora el sabor de las mismas es más amargo para la gran mayoría de los ecuatorianos y para los miles de conciudadanos que emigran o se hunden del todo, mientras las Instituciones, la democracia y los valores humanos, se destruyen irremisiblemente bajo una aureola de incertidumbre, y corrupción.
Mi profesión de médico me permite continuar visitando las casas de los ricos, en donde, con honradas excepciones, reina la vanidad y la opulencia, cubiertas con el manto de un materialismo tenaz.
Pero también he visitado los tugurios miserables, donde habitan la pobreza, el miedo, la ignorancia, he encontrado en ellas al infante lactando del pecho de su madre la leche de la esclavitud, a los niños aprendiendo sumisión, y a vivir en cautiverio del hambre y la miseria.
He conversado con políticos honestos, otros aventureros audaces, populistas, autodenominados reformistas, que se van a presentar como salvadores de la patria; a quienes les manifesté: cuando una nación vive inmersa en la corrupción, la ignorancia, la demagogia, el populismo, el hambre y la miseria; ésta se muere, por más que se haya cambiado la constitución política, no resucita para narrar su enfermedad al mundo, ni para hablar de la ineficacia de los remedios sociales ya experimentados en épocas pasadas, y que le llevaron a la tumba.
Un gobernante que quiera fundar un nuevo país, a base de una canibalismo político y económico, y trate de imponer medidas políticas y económicas que han fracasado en otros países; sería como un médico que prescribe un tratamiento idéntico, para dos enfermedades distintas, en dos individuos diferentes y espera una respuesta idéntica, podría ser catalogado como una amenaza social.
Ante los TIEMPOS DE DESENCANTO en que vivimos, y sin ningún signo que nos anuncie días mejores, pregunto a mi alma ¿Estarán conscientes y los asambleístas que incondicionalmente le apoyaron, y aún lo hacen a Correa, de que la ley nace de la consciencia social, y no del capricho de una persona, o grupo?, pero el alma es como el destino, no habla.
El pueblo ha llegado a advertir la insinceridad y las deficiencias de los políticos, pero no ve la manera de elegir a gobernantes más respetables, que merezcan ocupar cargos para los que sean dignos.
Lo más grave que le puede ocurrir a un país, es el hecho de que, en nombre de una democracia mal concebida, la ansiada justicia social no llegue, y que en el camino sus habitantes pierdan sus libertades, su paz y su dignidad. (O)