El drama de trabajar en los casinos de Nevada

Corría la década de los setenta cuando el patriarca de la familia Fertitta abría las puertas de su primer casino en Las Vegas, semilla de un imperio valorado hoy en más de 5.000 millones de dólares. Frank Fertitta Jr., un texano con raíces italianas que empezó como repartidor de cartas, hacía así realidad su sueño de infancia.

Tras su muerte, sus hijos Frank y Lorenzo se convirtieron en propietarios del conglomerado Station Casinos, que cuenta ahora con unos 12.000 empleados. Crupieres, camareros, cocineras, limpiadores, cajeros. Todos en perfecta armonía para que el caos de Las Vegas no se descontrole, por lo menos, dentro de sus instalaciones. ¿Pero a qué precio? ¿Qué hay detrás del espectáculo continuo en la «Ciudad del Pecado»?

En una palabra: precariedad. Horarios interminables, seguros médicos insuficientes y contratos temporales por doquier.

EL MOTOR DE LOS CASINOS

Contra las tácticas de esa familia lucha contracorriente una mujer nacida en Managua, Geoconda Argüello-Kline. Detrás de su cabellera grisácea y su carácter cercano y aparentemente apacible, se encuentra una de las mayores luchadoras por los derechos laborales de la historia reciente del estado de Nevada. Su rostro cambia cuando pronuncia el apellido Fertitta, frunce el ceño.

«Con esta manifestación le mandamos un mensaje a la familia Fertitta: no vamos a dejar de luchar por los derechos de los trabajadores», dice Argüello-Kline a Efe con una mirada firme. «Ellos son la energía, el motor de los casinos».

Y lo sabe por experiencia propia, ya que muchos fueron los años en los que trabajó como mucama (o sirvienta) en el Hotel Fitzgerald, ubicado en el centro de la ciudad.

Treinta años más tarde se encuentra protestando frente al Casino Palms, adquirido por la dinastía italiana por más de 300 millones de dólares en 2016, como secretaria-tesorera del sindicato Culinary Workers Union y liderando a unos 200 empleados al oeste del Strip de Las Vegas.

HORAS EXTRA PARA EVITAR NUEVAS CONTRATACIONES

Una de las principales reivindicaciones del sindicato es la temporalidad de los contratos y la inseguridad que eso genera en los empleados. Un claro ejemplo es el también nicaragüense Roger Ocampo, un limpiador de 64 años que, sin embargo, no pierde la sonrisa.

Pese a que su interés por la movilización sindical no surgió hasta hace poco, cree que es importante ser solidario entre trabajadores, especialmente con las generaciones más jóvenes. Tal es así que a menudo rechaza trabajar horas extra para que se las den a empleados que «necesitan el trabajo».

«Siempre quieren que trabajemos horas extra para no contratar más gente. Nosotros tenemos derecho a decir que no, que le den la oportunidad a otros que tienen menos antigüedad y necesitan el trabajo».

LA LLAMADA DIARIA

El caso del cocinero septuagenario Richard Marushok da para otro capítulo. Vestido con su atuendo de «chef», atiende amablemente, con una voz que pierde fuerza con cada palabra. Porta una pancarta muy grande en la que se leen sus inquietudes, escritas a mano con una caligrafía de difícil lectura.

Su día a día es inaudito. Cuenta que a diario tiene que llamar a las cuatro de la tarde a una línea directa con el sindicato para demostrar su disponibilidad. Una vez registrado, espera a que se publique la lista del número de trabajadores que se necesitan para la jornada laboral.

A pesar de ser «cocinero profesional», Marushok se conforma con lavar los platos, ser ayudante de cocina o barrer, lo que sea para cobrar algo. A sus 72 años, no pierde el aprecio por una ciudad que ha sido su casa durante los últimos cuarenta años, pese a las circunstancias en las que se encuentra. Espera que las próximas hornadas no tengan que pasar por ello.

¿BAJA LABORAL? SÍ, PERO SIN VER NI UN DÓLAR

El mayor temor de los empleados de los casinos es enfermarse. Los propietarios de los casinos, como la familia Fertitta, permiten acceder a la baja laboral, pero sin cobrar nada durante el tiempo no trabajado. La constante exposición al humo del tabaco, la falta de horas de sueño y las malas posturas corporales afectan a los trabajadores.

Precisamente eso pasó a Alba Espinosa, una mexicana que también es cocinera en Las Vegas.

«Tuve un desgarre muscular y no me prestaron atención médica. Estuve tres meses incapacitada y sin pago alguno», lamenta. Sobrevivió gracias al esfuerzo de sus hijos y a los pocos ahorros que tenía para épocas de vacas flacas.

ALGUIEN QUE DERROTE A TRUMP

Argüello-Kline lo tiene claro: quiere que la nominación demócrata para las elecciones de noviembre próximo la gane alguien que derrote a Donald Trump. Ese es su requisito número uno. Luego, obviamente, espera que el próximo presidente de Estados Unidos apoye la existencia de los sindicatos. «Tiene que ser una persona muy fuerte», opina. Aunque no se moja con un nombre.

El sábado, los nevadenses hicieron sus apuestas en los caucus y apostaron por el aspirante progresista Bernie Sanders, que ha sido aupado gracias al voto latino. Falta por ver cómo juega sus cartas en las primarias en otros estados antes de echar su suerte en la convención demócrata de julio, de donde tendrá que salir el futuro rival de Trump.

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