Aprendí a jugar desde chico. Mirando al viejo y al abuelo, que jugaban bien y jugaban limpio, que es lo más importante. Por eso nunca le tuve miedo a la cancha y cuando me preguntaron cuál era mi posición, dije que juego de extremo izquierdo, porque en el centro no sé jugar y por la derecha ni Dios quiera, me falta malicia, finta, engaño…
Y claro, como todo buen aficionado, evoco con nostalgia la selección de esos años cuando, de pelado, aprendí a mirar el juego. Una selección complicada e ingobernable, que, sin embargo, empujaba para el mismo lado y jugaba para ganar, que es lo que cuenta. Por ahí recuerdo el estilo de Rodrigo Borja y Raúl Baca Carbo, un par de volantes zurdos elegantes y precisos, cosas que no siempre se aprecian. Al otro lado, de lateral, se movía Carlos Julio Arosemena, muy por la derecha para mi gusto, pero brillante de todas maneras. Nuestro diez, desde luego, era Jaime Roldós, un crack de otro mundo, al que no le alcanzó la vida para cambiarnos el partido.
Al fondo, como olvidarse, nuestro querido Jaime “El Negro” Hurtado, un arquero tremendo, intratable, al que nunca se le pasó una pelota sin jugarse la piel. La UNE, la FESE y la Unión General de Trabajadores (UGTE), fueron algunas de sus grades atajadas. Tiempos, además, en los que jugaban todavía las viejas glorias como René Maugé, Abdón Calderón Muñoz y Raúl Clemente Huerta, veteranos experimentados que sabían de partidos duros, porque jugaron contra la dictadura militar. Del Azuay aportábamos con Severo Espinoza y Juan Tama Márquez, dos defensas bien plantados, que jugaban en bandas opuestas, pero se juntaban cuando tocaba defender a Cuenca.
Y hoy, tantos años despues, mirando a los que pisan la cancha, todavía me pregunto ¿Cómo llegamos a esto? ¿Cómo es posible tanto individualismo y poca ambición? Un tropel de novatos corriendo tras la pelota, sin orden, sin propósito y liderados por un niño rico cuyo único mérito es ser dueño de la pelota, la cancha, el árbitro y el estadio.
Una pena. Una pena en verdad… (O)
@andresugaldev