Hace algunos años me contaron sobre un video en que un ciudadano latinoamericano estaba mirando los torniquetes de cobro en una estación del metro de un pais de la Europa nórdica, y no se explicaba bien porque dos de los cruces no tenían los torniquetes y, sin embargo, los usuarios no hacían uso de estos dos cruces, digámoslo, “libres”. Al acercarse a una empleada del metro para inquirirle sobre la situación, ella le informó que aquellos dos cruces “libres” de pago eran para personas con discapacidad, el latino curioso le preguntó entonces, ¿por qué el resto de usuarios no evitaba las molestias del pago y cruzaba más bien por los dos cruces “libres”?, a la final, y en la época del video en referencia, no habían cámaras cercanas que delataran el hecho. La empleada miró con perplejidad a su interlocutor y con aire, casi de asombro, le contestó “ y porque harían ello?”. Claro, a ella le parecía inconcebible que un ciudadano, al que la ley le obliga a pagar por un servicio, ejerza algún tipo de acción para evadir dicha obligación.
Viene al cuento esta lección, cuando nos enteramos que en los primeros meses del presente año, más de 400 personas han evadido el pago del tranvía en Cuenca. Cierto es que se trata de un porcentaje bajo en relación con el total de pasajeros transportados, pero es una muestra que esta clase de pillerías constituye parte del “paisaje” incontable de nuestra sociedad y que, lamentablemente, viene aparejada a dos fenómenos casi consustanciales. El uno, creer que la pillería forma parte de la viveza criolla y, por tanto, hasta motivo de “orgullo” y “vanagloria”, dignos de mejor suerte. El dos, que las pillerías crecen conforme crecen ciertos niveles socio-económicos, y el birlar un dólar al tranvía puede llegar a convertirse, con cambio de personajes, en perjudicarle al Estado con cientos de millones de dólares y “sacarse” fotos en piscinas de lujo en Miami.
¿Ayudaran a revertir este obscuro y frustrante panorama del pais, las imágenes del ex asilado en la embajada mejicana, ahora “huésped” de La Roca, o las del ex contralor “simpatiquísimo”, hoy “controlado” en una cárcel estadounidense? (O)