Diario de un indocumentado: “Lo barato sale caro”

Foto Referencia

Y desperté en Juárez con actitud sospechosa, porque temía que alguien lo sepa. Es más, parece que ya lo sabían por la forma en que me miraban.

Tres días en la misma ciudad, hasta que llegaron por nosotros.

En grupos avanzamos hacia una localidad cercana a la frontera; esta vez no era un hotel. La comodidad de una habitación sencilla, pasó a ser una bodega.

La única actividad permitida al estar encerrados en una bodega fue conversar. Conocer historias que esperas no vivirlas.

Bien dicen que lo barato sale caro, y es verdad. Mi pago fue de 17.500 dólares, que cubrió el viaje Quito- México. El primer pago para bajar del avión. Desde ahí ya asoman los contactos de los “coyotes”.

Luego, el descuento continúa con los gastos de hospedaje y alimentación en el supuesto tour, hasta el día del paso por la frontera en vehículo. Suena fácil; pues sí, para mí lo fue, porque pagué más para tener un “viaje” sin riesgo, mientras que para otros fue una osadía. Pagaron menos de 13.000 dólares.

No recuerdo el nombre, aunque el que me dijo fue falso por el temor a ser deportado. Ahora lo llamaré “Carlos”, un compatriota, porque es oriundo del Valle deYunguilla, cantón Santa Isabel, provincia del Azuay. Tendría no más de 23 años. Si logró pasar tendrá una historia de película que contar.

Pues “Carlos”, junto a dos hom- bres más habrían escapado de otro grupo liderado por un “pollero”. Así los llaman en México a los “coyotes” o guías. En ese grupo tenían un pésimo servicio y eso que cobraba de 10.000 a 13.000 dólares, y no incluía alimentación para todos los días de resguardo.

“Si desean más comida, paguen; si quieren salir en menos de tres días, paguen; si no quieren caminar más de 11 horas, paguen”, eran las respuestas de los “coyotes”. Y así, los familiares en Ecuador o en Estados Unidos tenían que buscar de cinco a siete mil dólares más.

“Carlos” inició su viaje con su pareja e hijo de cuatros años, pagando 27.000 dólares por la familia, aunque el costo real es de 36.000 dólares; pero un negocio con un conocido lo ayudó a reducir el precio.

Acordaron que su esposa e hijo saldrían primeros para cruzar la frontera en vehículo, pero él debería cruzar por el desierto de Sonora y trepar el muro. Al parecer todo siguió su rumbo. Su esposa lo llamó cuando llegó a Arizona y desde ahí debían dejarla en California.

Al conocer su llegada, el “coyote” que hacía de guía giró la otra cara de la moneda, y le exigió 7.000 dólares más porque habría complicaciones en Texas.

Pero “Carlos” y dos jóvenes se arriesgaron a salir de ese grupo. De seguro agradecieron a Dios por per- mitir que su escape, en medio de la confusión, haya sido un éxito.

Ellos, ahora estaban en mi grupo, a la espera de que los ubiquen en alguna “troca”, como se llama en la frontera a una camioneta, para luego avanzar cruzando el desierto. Esto es otra osadía, sin contar con la adrena- lina que implica trepar el muro.

En la bodega estuvimos como quince personas, entre hombres y mujeres, de diferentes edades. Había ecuatorianos, peruanos y mexicanos, de los que pude identificar por el acento. Cada uno tenía su historia y su motivo para ir a “trabajar en lo que sea”. La mayoría ya contaba con un destino; otros iban a buscarlo apenas pisen la tierra de los gringos.

Entre las historias que escuché, la que más me impactó fue la de unas muchachas muy tímidas, y no era para menos. Respondían lo mínimo, pues fueron víctimas de intento de violación por cinco ocasiones.

Uno de los muchachos nos comentó que no es fácil intervenir o defender de esos abusos, pues los “polleros” andan armados.

Esta situación es muy conocida, tanto que las mujeres, antes de viajar, son advertidas para que se inyecten o tomen pastillas anticonceptivas. En otras palabras, deben asumir el comportamiento inhumano y salvaje de los guías al ser violadas, y todo esto para llegar a su destino.

¡Vaya! Es de valientes prepararse para algo tan monstruoso; pero ¿qué sucede con el estado emocional de esa mujer?

Sus miradas, el cansancio en sus rostros, y sus manos destrozadas, son imágenes que no se olvidan.

Sin embargo, había personas que iban por el segundo intento. Uno de ellos erfue un mexicano que logró pasar el muro que tiene 5 metros de altura.

En el primer intento cruzó el río Bravo. Al trepar el muro sintió ese miedo de persecución que lo impulsó a subir sin sentir dolor. Al otro lado, corrió hacia el otro muro, al que no logró llegar, ya que fue detenido por “la migra”.

La situación económica en su hogar, y que es pandemia para todos, lo obligó al segundo intento. No sabría decir si lo logró, pero lo hará de nuevo, porque su edad es motivo de rechazo para un trabajo digno.

Su experiencia ayudó a muchos, de seguro, porque los asesoró con los diversos tipos de vallas que están a lo largo de más de 3.100 km de muro, construido con cemento, acero, barras y mallas de alambre.

Al tercer día hubo movimiento. Agarré mi mochila para subir de nuevo a un vehículo, mientras otros se prestaban toallas higiénicas para colocarlas dentro de los zapatos. Dicen que es bueno para evitar el sudor y las ampollas en los pies, mucho más si lo que nos espera es una larga caminata.

Su trayecto era más largo que el mío. Caminarían 11 horas en el desierto bajo una temperatura nada agradable, y con el Padrenuestro en la boca para ser invisibles a los que vigilan la frontera.

No sabría decir si los tres jóvenes y el viejo llegaron al otro lado, o si las chicas pasaron sin ser abusadas; pero sí pude observar cómo los “coyotes” se llevaban a madres embarazadas o con niños para entregarlas a Migración como carnada hasta nosotros avanzar.

El dinero hace la diferencia entre llegar a salvo al objetivo, legar pasando obstáculos crueles, o simplemente no llegar.

La necesidad de tener tiempos mejores y oportunidades que en nuestra patria son bloqueadas, nos llevará a arriesgarnos con altas deudas, o perder la vida en el intento. (F).

Protagonista de la historia: Sebastián M. cuencano

Redacción: Olga España M.