Fausto Quinde lucha para que el deporte sordolímpico no desaparezca en Cuenca

Fausto Quinde muestra la acreditación con la que compitió en los JJ.OO. de Beijing 2008 y luce en su pecho las medallas que conquistó en los Juegos Mundiales de Verano de las Olimpiadas Especiales 1999. Xavier Caivinagua/El Mercurio

Un 24 de agosto de 2008, en Beijing, Fausto Quinde se convirtió en el mejor sudamericano de 50 km marcha en los Juegos Olímpicos. Con esfuerzo, disciplina y constancia llegó a cumplir un sueño anhelado por muchos, pero destinado para unos cuantos elegidos.

Su hermano Fernando señala que la familia lloró al verle competir y llegar como el mejor representante de la región. Sus seres queridos y su entrenador Luis Chocho (+) siempre estuvieron animándole, en especial cuando las puertas se le cerraban al solicitar apoyo.

“Cuando él se iba de viaje no tenía un par de zapatos, no tenía auspicios, no tenía ayuda de nadie, las puertas se le cerraron. Teníamos que estar rogando, mandando a remendar sus zapatos para que pueda irse, pidiendo dinero para que pueda lograr sus sueños”.

Cuando puso la marca para ir al Mundial de Cheboksary, Rusia, y buscar la clasificación olímpica, estuvo cerca de quedarse fuera del equipo nacional por falta de recursos. “Fausto Mendoza (+), presidente de la Federación Ecuatoriana de Atletismo, dijo yo pongo por este muchacho las manos, cubrió los gastos y se fue”, recuerda Fernando.

El 11 de mayo de 2008, en pleno Día de las Madres, Quinde completó los 50 km en el puesto 29. Con 3h59m33s, su mejor marca personal, se ganó el boleto a Beijing. Emocionado llamó a su madre Luz Vizcaíno y le ofreció la clasificación como regalo.   

Tres meses después, el 22 de agosto, siendo parte de los 28 atletas olímpicos ecuatorianos, cruzó la meta en la posición 25, mejorando su marca personal (3h59m28s) y erigiéndose como el mejor cincuentero de Sudamérica.

La acreditación con la que participó e incluso con la que asistió a la ceremonia de clausura, la guarda, con otras tantas, a un costado de la entrada de su casa de adobe de un piso ubicada en Chaullabamba, parroquia Nulti.

En ese “templo” también hay trofeos, placas de reconocimiento, mascotas y decenas de medallas que recibió a lo largo de su carrera deportiva. Entre ellas destaca el brillo de las preseas doradas que ganó en los Juegos Mundiales de Verano de las Olimpiadas Especiales de 1999, en Carolina del Norte, Estados Unidos.

Pero la satisfacción de haber representado al país en unos Juegos Olímpicos, ante deportistas convencionales, no se la quita nadie. Al ingresar a su domicilio se observa un gran póster enmarcado con la imagen de los azuayos que compitieron en Beijín: Fausto está junto a Jefferson Pérez.

A los costados le acompañan Carmen Malo, Byron Piedra, Johana Ordóñez, José Maza, Andrés Chocho y Rolando Saquipay. Su imagen también puede evidenciarse en la entrada del restaurante familiar “Cuchara y Sopa”, en pleno centro de Chaullabamba.

“Todas sus hazanas, sus logros, su personalidad, son cosas que uno admira. Uno se le tiene como referente, como un ejemplo para nosotros”, resalta Fernando, quien ahora está a cargo del negocio.

Fausto Quinde junto al cuadro donde constan los representantes por el Azuay en los Juegos Olímpicos de 2008.

Su amor por el atletismo

Fausto es sordomudo. De niño en varias ocasiones se sintió apartado de los demás infantes por su discapacidad. Pese a los muros sociales que encontraba en el camino, nunca dejó de luchar y demostrar que todos los seres humanos, independientemente de su condición, pueden alcanzar sus sueños.

La marcha atlética no consta en un programa paralímpico, por eso tuvo que competir siempre con atletas convencionales en sudamericanos, panamericanos, bolivarianos, mundiales y olímpicos.

Uno de sus primeros logros fue el subtítulo en 50 km en los Juegos Bolivarianos de Armenia 2005. Su última competición oficial fue el Campeonato Nacional de Machala 2013. Quedó quinto en 35 km. Tenía 37 años.

Al inicio tuvo el acompañamiento de un doctor en el proceso de desentrenamiento. Luego quedó a la deriva y por su propia cuenta tuvo que ejercitarse para que la obesidad no le gane la carrera.

A la par, a través del lenguaje de señas, cuenta que empezó a preocuparse por reunir a niños y jóvenes con su misma discapacidad para que encuentren en el deporte una forma de salir adelante y de tener una calidad de vida distinta a la que el mundo les ofrece.

La entonces Secretaría del Deporte le integró al Proyecto de Actividades Deportivas Extraescolares “De la Escuela al Deporte”. Era entrenador de atletismo de niños con discapacidad auditiva en la Unidad Educativa Claudio Neira Garzón.

Fausto Quinde fue parte del Proyecto de Actividades Deportivas Extraescolares.

Sin trabajo

Cuando se quedó sin trabajo, por iniciativa propia luchó por mantener activo al grupo de jóvenes que tanto trabajo le costó reunir, pero hoy solo le acompañan dos: Adrián Torres y María Baculima. ¿Y el resto?

Según Fausto, unos desertaron porque sus padres ya no tenían los recursos para ayudarles con los pasajes, por ejemplo, se desmotivaron al ver que no hay un organismo que los motive a seguir adelante, que ni siquiera recibían un uniforme para salir a competir; otros salieron por miedo a la pandemia.  

Fausto está preocupado por el futuro de esos deportistas. Pide a las autoridades que también se les de la importancia y tengan su espacio dentro del sistema deportivo nacional.

Mientras haya personas e instituciones que le den oído, Fausto no pierde la esperanza de reintegrarles a la práctica deportiva. Pese a no tener un trabajo fijo en el que pueda compartir sus conocimientos y experiencia, con la pensión vitalicia que recibe -en su condición de medallista internacional de alto rendimiento- trata de sobrevivir y ayudar en lo que pueda para que el deporte sordolímpico no muera en Cuenca. (BST)-(D)