Un día para defender la vida

Edgar Pesántez Torres

Esta época es llena de gratos e infames recordatorios, especialmente en el mundo católico que celebra la Natividad y el Día de los Santos Inocentes. Este último, en conmemoración del hito bibliográfico del cristianismo sobre la matanza de todos los niños menores de dos años nacidos en Belén, ordenada por el rey Herodes con el fin de deshacerse del recién nacido Jesús de Nazaret.

Por el fiasco que le sucedió a Herodes por Melchor, Gaspar y Baltasar, tres magos –se dice que fueron los primeros astrónomos de la historia– que representaban los tres mundos entonces conocidos: europeo, asiático y africano, que incumplieron la promesa de avisar al monarca de quién era el Mesías, escabulléndose por un lugar distinto al de Belén, como también por el hecho de no conseguir eliminar a Jesús, este 28 se instituyó el Día de los Santos Inocentes.  

En esta fecha es costumbre hacer todo tipo de bromas, muchos de ingenio y buen gusto, otros burdos y de bellaquería. Años atrás, algunos medios de comunicación social se ingeniaban notas de prensa para burlarse de sus clientes, quienes solo leyendo los titulares ya caían en el foso del engaño, circunstancia que valía para la hilaridad de los incitadores y amigos. Entonces, este día se debe ofrecer al buen humor y a la riza, pues la vida necesita precisamente de la alegría y qué mejor dar rienda suelta a la risa y a la carcajada, cuando el reto del año vivimos serios y malhumorados.

El relato de la muerte de los niños de Belén y el chasco por el que pasó Herodes, no se remite solamente a los niños betlemitas ultimados en algún día de enero, sino que la Iglesia quiere recordar a la multitud de seguidores de Jesucristo que han ofrendado sus vidas por mantener los valores cristianos. Pero también debe servir para la protesta mundial por el asesinato de miles de miles de niños sin motivo y en diferentes partes del mundo. Lo más execrable, liquidados en el vientre materno sin siquiera llorar por su dolor y que solo podemos imaginarnos sus movimientos mientras son triturados por una cuchilla o expulsados por una píldora. Por estos infantes, ni siquiera los decantadores de la matanza de Belén piden clemencia de estos crímenes tan abominables.

Hoy mismo, mientras unos niños reciben fastuosos regalos, otros simplemente de caridad, millones son asesinados con llanto, otros en silencio…  (O)