La celebración del Año Nuevo es una manifestación cultural milenaria, sin un horizonte de identidad específico, que se repite año tras año, cada vez con nuevas formas, usos y costumbres, dentro de una línea ritual que se conserva y se resume en el deseo de iniciar el nuevo año con pie derecho, festejando el año viejo de la mejor manera posible y en compañía de los seres más cercanos en los afectos, esto es, el círculo familiar íntimo y los amigos.
Encontramos antecedentes más cercanos de esta celebración en la sociedad romana, quienes en esta fecha intercambiaban regalos como señal de avivar la amistad superando las diferencias a la vez que se ofrendaba a la diosa Fortuna como un modo de expresar buenos deseos para todos; en la tradición celta, esta noche, los druidas ofrendaban ramas de sus bosques sagrados a manera de reliquias. Es una celebración simbólica y de esta manera, la cena y el brindis que son su acto central, generalmente lo presiden la persona mayor y la menor de la familia, equivalentes del año que termina y del año que comienza; y, a las doce de la noche, cada convidado será servido con una uva por cada campanada o por cada mes. Doce uvas y un deseo para el nuevo año.
Finalmente, la quema del año viejo, entre abrazos y buenos deseos de los celebrantes, pensar o llamar a los cercanos distantes, saltar las llamas también trae buena suerte, mientras el cielo de Cuenca, como en todas las urbes del mundo, es una explosión de luz y color de pirotecnia, que es una delicia observarlo desde uno de sus miradores naturales como Turi, Rayoloma o Chocarsi entre otros. Es el amanecer de un nuevo día y de un nuevo ciclo que comienza. Es el deseo de prosperidad expresado en fiesta, Es la vida que renace desde las cenizas. (O)