Obra forma parte de la readecuación de los ambientes del museo de la U. de Cuenca. Las figuras de este tipo son características en el artista
En una sala interior del Museo de la Universidad de Cuenca, en la antigua Escuela de Medicina, próxima al puente del Centenario, hay un mural dibujado con extraños personajes, en blanco y negro, por la tinta. Son unos seres entre sensuales y burlescos, con algo de diabólicos, de sorpresa y de lujuria.
Rostros y cuerpos redondeados, algunos de cuatro ojos o de doble rostro superpuesto, acumulación de caras, ojos, labios, garras, caracterizan las figuras, son los eternos leitmotivs o demonios que habitan a Julio Mosquera, artista y docente de la Facultad de Artes de la Universidad de Cuenca, quien conjura a aquellos demonios dibujando y pintando.
Son figuras que viven en el mudo del artista: de sus cabezas nacen cilindros o conos, hay cabezas de aves como tucanes, siluetas de reptiles, la selva de la imaginación del artista.
Sobre el, Hernán Pacurucu, también docente, escribe un texto curatorial según el cual ve en parte de los personajes de Julio Mosquera a un cúmulo de individuos que no son nadie a los que nadie desea, son una “masa enferma” que, en el transcurso de la desaparición de lo individual a lo colectivo, han perdido identidad, masa que ya no es un ser, o puede ser una masa que cada gobierno usa para sus fines y llama votantes.
En otro contexto, “estos personajes se sitúan seductoramente como aristócratas embelesados en extravagantes orgías”, que conviven sin tiempo definido.
“Si todos los extremos se parecen”, la frase se podría aplicar a las personas que por un lado son monstruos deformes en la mente de un artista y por otro se podrían comparar con amigos, familiares o con uno mismo”.
Mediante “objetos-feto” de sus dibujos, plantea a “los que sobran” y dilucida sobre lo despreciado y despreciable de la cultura, “en una lectura poética sobre lo abyecto, y consolida lo tormentoso y trasgresor”, sobre la base de una especulación semiótica.
Estos “tormentosos personajes apuntalan todo lo que la cultura de occidente ha enseñado a odiar y a pesar de estar en nuestro interior -y por tanto pertenecernos- lo tratamos de alejar y separar para volvernos el otro”. Percibe, además, libertinajes, obscenidades, perversiones, hacia conductas caóticas del desorden y la locura, en donde estamos como sociedad.
Más también, entre los personajes de Mosquera, detecta a “los peores”, el “superhombre”, esos seres fuertes, poderosos, exitosos que, en cuanto ganan el poder, se vuelven seductores y atrapan al espectador, le chupan la sangre para ofrecerla a lo mundano.
“Lo bello puede absorber a energía de lo feo”. Así, los personajes que habitan el mundo del artista, parecido al real, se presentan como grandes aristócratas de un mundo decadente, y al mismo tiempo representan a la masa sin nombre con la que nadie quiere relacionarse pero a la que nadie, especialmente los políticos, quieren contrariar.(AVB)-(I)