Festejamos la llegada del año nuevo que, en la dimensión del tiempo, es más viejo que el anterior que despedimos. Para la frágil y transitoria condición humana con sus anhelos, es una oportunidad que nace, la que espera que el año traiga mejores días, sin percatarse que aquello depende de las personales decisiones para vivir con amor, con generosidad, sin egoísmos, construyendo la paz con gratitud y bondad.
El ser humano llega al mundo llorando con un ser materialmente desvalido, débil, indefenso, expulsado de donde estaba seguro; pero en su delicadeza trae una potencialidad enorme de ser, de construirse y realizarse, igual que la semilla que germina y crece desde la hondura de la tierra hasta florecer y dar frutos que mueren para renacer en los círculos de la evolución y la vida que Dios puso en las manos del tiempo inexorable, que marca las fronteras del pasado y del futuro con ese reloj celestial hecho de instantes que cada uno de nosotros es, con nuestros sentimientos y acciones, con nuestras palabras y pensamientos.
Año nuevo, año viejo, vida nueva, añejos y recientes retos. Que salgamos al encuentro de este 2020 decididos a hacerlo el mejor de nuestras vidas. (O)