La llamada Ley de Simplicidad Tributaria (una simpleza de nombre), se salvó a última hora y con un recurso legal medio chueco, cuando se olvidaron los legisladores de someter a votación de la Asamblea Nacional el allanamiento respectivo, por lo que el articulado solamente podía entrar en vigencia por el Ministerio de la Ley.
Como este proyecto de ley fue votado en vísperas de las fiestas de Fin de Año, es posible que los y las honorables hayan estado pensando en quemar su monigote, en lugar de fijarse bien en las leyes que permiten aprobar o rechazar una norma o conjunto de estas. Es irregularidad en el procedimiento legal fue subsanada “saltándose a la torera” la valla constitucional, ya que se argumentó que aunque el pleno no votó el allanamiento respectivo del proyecto, tácitamente se lo habría aprobado, interpretación constitucional que merecería un recio jalón de orejas en un curso de los primeros años de Jurisprudencia.
Pero como se dice “la necesidad tiene cara de hereje”, y el bloque oficialista Alianza País, en consonancia con los apremios económicos del Presidente Moreno y su Ministro de Finanzas, Richard Martínez requería urgentemente que se aprobara a como dé lugar la Ley de Simplicidad, así los Asambleístas, dijeran simplezas como las escuchadas en el debate.
El embrollo jurídico, o más bien entuerto legislativo, se solventó a través de la resolución respectiva que contó justo con los votos necesarios para su publicación en ese periódico que nadie lee, ni siquiera los Honorables, llamado Registro Oficial, a pesar de que se lo puede consultar en la Página Web del Gobierno Nacional. Como sea, el Gobierno ya tendrá sus 600 millones de dólares para taponar algunos hoyos presupuestarios, aunque falten tantos agujeros por rellenar, que será misión imposible contar con un presupuesto general más o menos sano y solvente. Por lo pronto, los empresarios se aprestan a demandar como inconstitucional esta ley que les produce “dolor de bolsillos” afección que, según la economía médica, es común en quienes, teniendo harta plata, se afectan con toda clase de síndromes y síntomas a la hora de aflojar sus gordas billeteras. En fin, se trata de gajes del oficio legislativo, que parece nunca se aprende bien. (O)