Iniciamos enero con lluvia y los recuerdos de una infancia campesina, ni tanto, hace sesenta años, área urbana, semiurbana y rural eran un todo y la ciudad continuaba por su entorno con avenidas y calles, callejas, chaquiñanes y travesías, corredores de sus ríos y quebradas de orillas apacibles a la sombra de sauces, capulíes, alisos y una diversa vegetación nativa que hacia espacio a la avidez de los eucaliptos; senderos empedrados con cercas de pencas, tunas, moras y una variedad increíble de flores y frutos que encerraban los misterios de sus quintas, sombríos y frutales que se ofrecían al paseo y a la aventura; de laderas, tablones y colinas que daban paso a acuarelas de valles y pueblos olorosos de maíz; que pensar en asaltos, robos ni violencia, eran tiempos de buena vecindad y armonía comunal.
Llueve el cielo en enero y la tierra le devuelve exuberancia de sus campos en texturas multicolor de flores y picaflores, de moras, duraznos y capulíes, de azulejos, brujillos y gorriones, de arrayanes, gullanes y tunas, de dalias, retamas y geranios, de sigsales, rosas y peleusís; y la chacra en todo su verdor es una promesa de felicidad, y sonríen el chacarero, el jornalero y la ama de casa en la ciudad y en el campo, la casera, la revendona y la mayorista; sonríen los niños que van y vienen de la escuela y los obreros que van y vienen del trabajo; sonríe satisfecho el agricultor y en su sonrisa cómplice de sabiduría ancestral, va su reciprocidad con la tierra, el cosmos y el espíritu universal que le habita, porque es a su imagen y semejanza.
Lluvia en enero tranca al granero, significa abundancia de la naturaleza, milagro del agua y de la chacra, significa solidaridad humana y reciprocidad ambiental, significa buen año para el habitante de la tierra, porque hombre y tierra son una unidad cósmica en correspondencia, ¿verdad Kiko? (O)