Miguel de Unamuno, planteó la necesidad de acuñar un término al que llamó “sororidad” para referirse a la hermandad femenina. Este término se deriva del latín “soror” que significa hermana. De ahí que las religiosas se antepongan el prefijo “sor” a sus nombres propios. Se lo considera un neologismo usado para mencionar la solidaridad existente entre mujeres, el que implica apoyo y cooperación frente a los problemas sociales que puedan enfrentar. Es un valor equiparable a la fraternidad, la unión, el respeto y la consideración entre el género femenino.
Por otro lado, la solidaridad nos obliga a ir más allá de nuestros intereses personales. Nos invita a preocuparnos por otras personas cuando nos damos cuenta de que existen grupos o individuos en situación de vulnerabilidad, a los que podemos ayudar. Y, para que esta esté completa, no es suficiente darse cuenta de que podemos brindar apoyo, sino hacerlo. La solidaridad no es un acto obligatorio más sí un compromiso moral que representa la base de los valores humanos, como la amistad, la lealtad, la empatía y el compañerismo. Es preocuparse por causas y conflictos ajenos sin ningún interés de recibir algo a cambio.
Hoy, es muy común que jóvenes que asisten a fiestas se les vaya la mano tomando licor o ingiriendo algún tipo de droga. Bajo los efectos de estos “coadyuvantes” en su afán de alcanzar el clímax en la parranda, cometen actos aborrecibles entre los que se había fraguado alguna vez una amistad. Lastimosamente, las violaciones a las amigas suceden con más frecuencia de las que quisiéramos enterarnos, y esto no es lo más grave. Lo más grave es el quemeimportismo demostrado por las “amigas” de las jóvenes ultrajadas en las fiestas. Se hacen de la vista gorda y no mueven un dedo ni abren su boca para repudiar lo que en sus narices está sucediendo. ¿En dónde queda la sororidad y solidaridad con las de su mismo género? ¿Creen que es mejor callar por temor a una represalia o por vergüenza del qué dirán? Deberían recordar que si el Mangajo está tras las rejas, es porque voces valientes se atrevieron a denunciarlo, sin importar lo que la sociedad pueda pensar de ellas.
Bajo estas circunstancias, es decepcionante darse cuenta que las que se consideraban “amigas”, nunca lo fueron. Más bien, son cómplices. (O)