Aunque no hay mayor diferencia de edad, Carlos fue mi profesor en la Especializad de Lengua y Literatura de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Cuenca, porque empecé mis estudios tardíamente, cuando muchos de mis compañeros eran ya profesionales, en la década del 70 del siglo XX.
Él era un maestro joven y dinámico. Sus cursos, impecables. Recuerdo, sobre todo, uno en torno a la literatura contemporánea, que me deslumbró.
Yo lo conocía desde tiempo antes, porque asistí a algunos cine foros que dirigía, con extraordinario conocimiento del Séptimo Arte y porque estuvimos juntos en varias actividades culturales, especialmente en las del Cine Club 14, que animábamos con Fernando Estrella y Edmundo Maldonado, hacia los primeros años de los 70.
Un buen día, en la Facultad nos entregó unos folletos en los que exponía su proyecto de formar un ente cinematográfico en la Universidad, que produjera películas. Con una camarita que había en el centro de estudios, Carlos venía haciendo ejercicios con sus alumnos, desde años atrás, ese fue su punto de partida. El proyecto amplió su horizonte hacia toda la Facultad e incluso fuera de ella.
Se rodeó de un equipo no muy técnico, pero lleno de buena voluntad, como Benjamín de la Cadena e Iván Petroff, entre otros. Y se lanzó a dirigir el primer largometraje, ARCILLA INDÓCIL, sobre la novela breve de Arturo Montesinos Malo, protagonizado por José Neira Muñoz, Ana Puyol, David Ramírez y un grupo de apasionados del cine, entre los que estábamos Edmundo Maldonado, Beatriz Mejía y este servidor. Las locaciones fueron en la hacienda de Cumbe de la familia Peña Domínguez y en la recién adquirida Quinta Balzay de la Universidad. Como años atrás, en la época del teatro experimental, a veces -en el predio universitario, concretamente- el ambiente se construía de modo precario -muebles, cuadros, elementos reutilizados, como una silla vieja que desgarró un pantalón de Edmundo, en la filmación de una escena que tomó una mañana y una tarde y que en la película no dura más de 3 minutos.
Lo mismo ocurrió con LA ÚLTIMA ERRANZA y con CABEZA DE GALLO, las obras de ficción, cerca de las cuales estuve. Pero, los sueños se construyen desde la nada, y Pérez ha sido y es un soñador, ¡siempre! (O)