No importa si se trata de un espacio público, privado o familiar, los cambios experimentados a nivel social y de contenido del debate han obligado a que ajustemos nuestro discurso, incluso en ocasiones, evitar la expresión de nuestra opinión sobre un punto de vista porque la misma podría herir susceptibilidades o generar un debate innecesario.
Se trata acaso que el siglo XXI ha puesto límites a la libertad de expresión, o en su defecto cada día somos conscientes que debemos incluir a grupos que antes fueron marginados o excluidos y tratados de manera despectiva.
Basta ingresar en redes sociales como Facebook o Twitter, y tomar un ejemplo de un hilo de discusión, en los que, si bien es cierto, en ocasiones se puede tener razón, sin embrago, la sociedad está polarizada y la tolerancia ha sido dejada de lado, y nuestra individualismo, egocentrismo y falta de tolerancia nos lleva a creer que todos deberían pensar como nosotros.
¿Hay vida inteligente entre el insulto gratuito y la dictadura del buenismo?, esta es la pregunta que intentan resolver a lo largo de sus páginas Jordan Peterson, Stephen Fry, Michelle Goldberg y Michael E. Dyson, en su obra “La corrección política”, (Planeta, 2019).
No importa su posición ideológica, de seguro en más de una ocasión le ha sucedido amable lector, que su interlocutor durante una conversación ha pecado de exceso de sensibilidad o intolerancia frente a una posición política, religiosa, sobre minorías, género, medio ambiente, etc.
Frente a ello existen algunas opciones, una de ellas es el respeto a las libertades civiles, siempre y cuando no se afecte la dignidad de los individuos, y la segunda, es aquella que apoya una criminalización por incitación al odio.
¿En qué momento perdimos el sentido común y un mínimo de tolerancia por las opiniones ajenas?, a la fecha todo se ha transformado en una discusión política polarizada, cuando incluso muchos de los temas no deberían ingresar en esta esfera.
La región y el mundo viven estallidos sociales, en los cuales políticos, analistas y académicos sacan conclusiones, si antes preguntar qué quiere la gente, y por qué protesta. De pronto hace falta regresar a lo básico, al diálogo, al respeto, a la preocupación por el otro, solo de esta manera construiremos puentes que nos encuentren en nuestras coincidencias, y que no nos separen cada vez más en nuestras diferencias. (O)