Los avances de la medicina, en los últimos tiempos ha sido notable. El elevado crecimiento de la expectativa de vida y la enorme explosión demográfica a partir de 1950 se deben, en gran medida, a estos progresos y a la ampliación de acceso en amplios sectores del mundo. Enfermedades generalizadas que conllevaban muchos decesos, como el sarampión y la viruela, prácticamente han desaparecido. Algunas consideradas secundarias, como la gripe, se mantienen y, en casos comunes, su curación es simple, sin que se requieran hospitales especializados ni medicamentos costosos, pero los virus que las provocan cambian con mucha facilidad y los organismos humanos no suelen contar con defensas suficientes para estas “innovaciones”.
Ha quedado en la historia la pandemia de la gripe denominada española, que en 1918 cobró cien millones de víctimas, cuando la población mundial no llegaba a dos mil millones y aún no se habían descubierto los antibióticos como la penicilina. En estos días copan los medios de comunicación informes sobre el “corona virus” aparecido en China que amenaza propagarse a otros países. El número de víctimas es aún bajo en el país más poblado del mundo y los habitantes de nuestro planeta sobrepasa los siete mil millones. Debido a la intensidad de la comunicación, la posibilidad de difusión en el mundo es intensa.
De estos males negativos, es positivo que se intensifiquen las medidas preventivas. Hay que superar la idea de que hay que esperar que se produzca la enfermedad para hacerla frente. Lo mejor es que el desarrollo de la medicina aborde los medios para evitarlas. Se han difundido medidas como la vacunación, pero ante amenazas como la que comentamos, no se puede recurrir a ella, ya que aún no se ha descubierto. Bien están las medidas tomadas por el gobierno para controlar a los viajeros, pero más importante es que se intensifiquen los hábitos individuales que, en apariencia simples, no se han generalizado suficiente.