Para las nuevas generaciones viajar al Perú no es un problema, el número de personas que lo hacen es notable para disfrutar de los múltiples atractivos que ese país ofrece. Si nos remontamos unos treinta años o más, la situación era diferente. El viejo conflicto territorial surgido luego de la independencia –como ocurrió con otros países hispanoamericanos- se mantenía. Luego de la guerra de 1941 en la que fuimos derrotados, se firmó el protocolo de Río de Janeiro el 29 de enero de 1942 en el que, según nuestra versión, fuimos despojados de amplio territorio en la región amazónica. El 29 de enero se consideraba una fecha de luto nacional.
No pretendemos argumentar sobre el problema limítrofe. Lo real es que se generalizó la idea de que había que recuperar, por la razón o la fuerza, los territorios perdidos y de que el Perú era el “enemigo del sur”, actitud que era usada por gobiernos cuando no eran capaces de solucionar problemas internos y los traficantes de armas engordaban sus bolsillos vendiéndolas a los dos Estados anunciando la “inminencia” de la guerra. Los perjuicios de esta posición para ambas repúblicas eran enormes, tanto en lo económico como en lo moral. Muchos países han tenido conflictos y duros enfrentamientos armados como Francia y Alemania, pero lograron acuerdos de paz que normalizaron las relaciones.
En octubre de 1998, luego de complejas gestiones, el presidente Mahuad suscribió un acuerdo definitivo de paz. Las relaciones se normalizaron y el “enemigo del sur” se transformó en “hermano peruano”. La relación amistosa entre los dos pueblos se intensificó y un importante número de peruanos trabajan sin problemas en nuestro país. Muy difícil cuantificar el provecho económico de este cambio, pero el valor moral es evidente. No se trata tan solo de la facilidad para viajar y comercializar, sino del inmenso valor de eliminar rechazos morales y disfrutar de la paz. La “amnesia” colectiva, superando prejuicios, debe reconocer este enorme acierto del gobierno de Mahuad.