El desenfreno por la banalidad, es el que, ahora mismo, conduce el destino de una humanidad en la que los claroscuros la dominan. La incertidumbre, ha desplazado a la seguridad y a la confianza, cimientos básicos sobre los que se debe edificar toda sociedad, por ínfima que sea. Un mundo al revés es el que nos sale al paso. Y nos agrede sin contemplaciones. Estamos frente a un cuadro desolador en que el hombre ha sido reducido a una burda caricatura: un “Joker”. No es precisamente el que nos habla de infinito y pone a cantar la música de las esferas, como lo quería Pitágoras. Es una parodia de hombre. Una tenebrosa pesadilla.
Para esos males, no hay a la vista, remedio posible. Sólo volver los ojos hacia nosotros; dejar de mirarnos con los ojos de la pedantería y sobre todo, reconocer nuestros errores, porque únicamente reconociéndolos, alcanzaremos la humildad que nos permitirá superarlos y recuperar la senda correcta. A nivel planetario, la indiferencia globalizada es la que nos avasalla. Vivimos aislados en pompas de jabón y arrodillados ante el dios supremo de la época: el dinero.
A nivel de país, a más de esos males, el ejercicio de una política de intereses grupales, es la que, -valga el ejemplo-, impide que la presidenta del CNE sea juzgada, e ímplicitamente la autoriza para que, como en el caso de su jefe de procesos, pueda seguir designando estafadores; una minería que arrasa con nuestros metales preciosos y causa daños ecológicos irreversibles; una justicia que cree que con el uso de togas los jueces se volverán [justos] y se mantendrán al margen de las presiones políticas. ¡Así están las cosas!. En lo que me concierne, vuelvo los ojos al Padre Nuestro traducido del arámeo: “Haznos sentir el alma de la tierra dentro de nosotros, pues, de esta forma, sentiremos la sabiduría que existe en todo”. (O)