Una mujer con pollera, chalina y zapatos de caucho camina lento por una cuesta empinada de una estrecha calle polvorienta en la comunidad de Celel, de la parroquia Principal, del cantón Chordeleg, en la provincia de Azuay.
Se llama Esperanza Jara, tiene 71 años, y en sus manos lleva largas hebras de paja toquilla, que hábilmente las entrelaza para tejer un sombrero. Su rostro refleja cansancio y tristeza. Sus párpados están amilanados.
Ella es la madre de Jorge Rigoberto Jara Jara, quien el 7 de junio de 2007, cuando tenía 20 años, salió de su casa, en Celel, con destino a los Estados Unidos (EE.UU), donde viven varios familiares.
Viajó junto con otros jóvenes de este sector: Pablo Mauricio Vélez López, de 19 años; Jorge Eladio Sigüenza Suárez, de 20; y Luis Octavio Vélez Vélez, de 29. También con Brucel Alberto Buñay Bermeo, de 23, de la provincia de Cañar.
Luego de 16 días, el 23 de junio, se comunió con su esposa Digna Patricia Vélez y le contó que estaban en Colombia y que iban a partir en una lancha por el mar hasta Nicaragua. Desde ese día y hasta hoy no se sabe nada de ellos.
Solamente apareció, después de dos años, Luis Octavio Vélez Vélez, cuyo padre Angel Polibio Vélez, de 61 años, lo encontró como mendigo y desmemoriado en Gualaceo, a una hora de su tierra natal. No se conoce cómo llegó allí.
Esperanza Jara recuerda a su hijo y baja la mirada, llora, y en voz baja admite que a veces cree que está vivo, pero que por alguna extraña razón no puede o no le permiten regresar a su casa. Habla con tono de resignación.
El coyotero que llevó a Jorge y a sus amigos, identificado como Edgardo Abrahám N, en 2008 fue sentenciado a dos años de cárcel por el Tribunal Primero de Garantías Penales de Azuay. Cumplió un año y salió el libertad.
Con frases entrecortadas Esperanza dice: “el coyotero no nos decía donde estaba mi hijo y los otros jóvenes de aquí, solamente alguna vez nos dijo que siempre pasan cosas en los viajes…”.
Esa fue la misma respuesta que, a finales de 2009, este sujeto le dio a Carlos Vélez López, quien se comunicó con él para preguntarle sobre el paradero de su amigo Jorge Eladio Sigüenza Suárez.
Y hay algo que a Carlos le parece extraño: pues el ofrecimiento del coyotero fue que el viaje iba a ser en un vuelo de Guayaquil a México y de allí debían caminar por el desierto de Arizona y llegar a EE.UU. La ruta no era por Colombia.
“De lo que recuerdo pactaron el viaje por 10.000 dólares y para salir tenían que pagar un adelanto de 2.500. Luego dieron otros 500 más cuando estaban en Colombia, pero ya después nos negamos a dar más plata…”, señala.
Carlos cuenta que hasta hace unos cinco años los familiares de los desaparecidos se reunían para pedir a las autoridades que ayuden a buscarlos, pero que luego dejaron de hacerlo pues el tiempo consumió las esperanzas de hallarlos.
Pero Yadira Pavaña, sobrina de Pablo Mauricio Vélez López y ahijada de Jorge Rigoberto Jara Jara, aún confía en encontrarlos vivos. Aunque acepta que de eso hay pocas probabilidades.
Ella conserva una foto de Jorge, en donde se lo observa parado en una grada, erguido, cuando aún era menor de edad. Manifiesta que una de las cosas que le motivó a su tío a ir a EE.UU., es que el padre de este residía en ese país.
No recuerda si Jorge terminó el colegio, pero dice que trabajaba en agricultura, actividad que en algunas eṕocas del año ni siquiera permite tener recursos para el sustento diario.
La familia de Brucel Alberto Buñay Bermeo, de 23, otro de los extraviados, vive en Azogues. Fue su madre María Dolores Bermeo la única que luchó hasta conseguir que el coyotero sea sancionado.
La Fiscalía de Azuay y ella lo acusaron de tráfico ilegal de migrantes y lograron que vaya a la cárcel, aunque no cumplió toda la pena, lo que dejó un sinsabor para los denunciantes.
Medardo Torres, exmiembro de la Policía Nacional y hoy investigador privado, quien participó en la investigación de la desaparición de los migrantes de Celel, relata que no se pudo avanzar mayormente en este caso.
“Por decirlo así en resumidas cuentas en estos casos casi siempre hay pocos testigos que realmente puedan aportar con datos fiables, pues hay que considerar que se trata de viajes que son totalmente ilegales…”, refiere.
Para Torres hay varias hipótesis sobre lo que les ocurrió a los compatriotas, pero recalca que se trata de suposiciones dado que no se ha podido comprobar la veracidad de estas.
“En determinado momento se llegó a hablar incluso de un posible tráfico de órganos, también de que fueron secuestrados por grupos guerrilleros de Colombia o que se ahogaron, pero repito, nada de esto se pudo confirmar…”, insiste.
Jessica Tello es concejala de Chordeleg y es de la parroquia Principal, de donde son oriundos los extraviados. Ella indica que la migración irregular ha dejado drama y dolor en este lugar.
Por eso ella y otros de sus compañeros ediles desarrollan un proyecto de promoción turística para generar fuentes de trabajo en estas zonas, con el fin de evitar que más personas decidan migrar.
Como parte de esta iniciativa en la parroquia San Martín de Puzhío se han abierto dos hosterías, e igualmente una hostal en Principal. Con esto esperan explotar los atractivos turísticos naturales que tienen estos sitios.
Asimismo expresa Tello que tienen un plan para la creación del Banco del Migrante en este cantón, con el apoyo de un grupo de extranjeros. Están a la espera de una respuesta para continuar.
Tello menciona que uno de los objetivos de la actual administración municipal es la atención de los sectores más vulnerables que muchas veces ven en la migración la única oportunidad de salir adelante.
Rodrigo López, abogado y asesor en temas de migración, quien desarrolla una investigación sobre migrantes de Ecuador desaparecidos en los últimos 20 años, relata que hay un caso muy similar a lo que ocurrió con los jóvenes de Celel.
Cuenta que en junio del 2007 también se denunció la desaparición de ocho ecuatorianos que se comunicaron por última vez en abril desde Colombia, y que tenían como meta llegar al país del norte.
Se trata de Rosa Verónica LLivipuma Pugo; Diego Fernando Llanos Llivichuzca; Jaime Leonidas Sinchi Tenemaza, Julia Alejandrina Gutama y Julio César Palma. Todos de Cuenca.
También de: Luis Angel Balbuca Llivichuzca y Edgar Guillermo Ñugra Marín, del cantón Sígsig; Klenfor Campoverde, de Naranjal; Gilberto Marcelo Cedillo, de Pucará; y Carlos Macas, de Cañar.
Los pocos datos que se conocen es que llegaron hasta Bahía Solano, en Colombia, y que supuestamente fueron a Quibdó, capital del departamento del Chocó, donde subieron a una lancha.
La desaparición de ellos y la de los jóvenes de Celel, son la muestra del peligro de la migración ilegal y de los engaños de los traficantes de personas que se aprovechan de la desesperación de quienes buscan mejores días.
Esta es la segunda de tres entregas sobre las consecuencias negativas que deja la migración en Azuay: desapariciones, muertes, extorsiones, amenazas, estafas, sentencias y familias desintegradas.