En el esquema de concentración que padeció el Ecuador por una década, el disfraz democrático fue una mascarada.
El Capo Correa, empezó desde el inicio de su gobierno a construir un modelo vertical y autoritario, con fachada democrática. A esa fachada, contribuyó el hecho de ganar las elecciones con una buena suma de votos; despreciar al poder legislativo que expresaba la diversidad de partidos hasta aniquilarlo; convocar a una Constituyente, redactar con estructuras totalitarias una Constitución férrea; y adornar la base del poder Ejecutivo con un legislativo sumiso, UNA JUSTICIA DEPENDIENTE y otras instituciones elevadas con alta dosis de demagogia a categoría de funciones del Estado, que en el fondo operaron como dependencias del ejecutivo.
La justicia MAL ADMINISTRADA es como veneno inyectado por negras víboras salidas de las cavernas del infierno, este veneno parece fresco como el rocío, razón por la cual, el alma sedienta de justicia de los pueblos desesperados por el hambre y la miseria, con la esperanza de días mejores, con sus rostros bañados en sangre y lágrimas, bebe con avidez, pero una vez que se han intoxicado, enferma y muere con una lenta agonía.
Lo que no es un enigma de la justicia, es el hecho de que concedamos muerte y prisión a los pequeños delincuentes, mientras se otorga honor, riqueza y respeto a los mayores piratas y déspotas de toda índole.
Millones de argentinos votaron por el modelo de la cúpula más corrupta y ahora derrotarlos serán complicado, los jueces se alinearán rápido y la justicia no llegará de modo fácil.
Lo que le sucede al país sureño puede ser un espejo para nosotros. Si en el Ecuador la justicia no actúa firme y pronto, volverán las oscuras golondrinas, pero no las de Bécquer, esta vez en forma de buitres; vendrían con todo y por todo (si acaso algo dejaron); buscarán perpetuarse en el poder con cinismo. Una historia sin fin, o lo que es peor, el fin de la república.
El combate a la corrupción es tibio y lento, sin resultados contundentes ni recuperación de lo robado.
Durante una década el Ecuador vivió bajo velo de una justicia asustada que resignó su rol independiente cuando el megalómano proclamó que había que meter las manos a la justicia, ¡y de verdad las metió! (O)