Uno de los últimos viajeros que se aventura a recorrer los caminos del país es Albert. B. Franklin “Ecuador, Retrato de un pueblo” consigna la mirada de este gringo de EE. UU. Entre los años 1940-1942. A mula, a pie, en un polvoriento autobús, en tren o desde las alturas en un primitivo avión, pasa revista al Ecuador, sus gentes, el vestuario, las comidas, los primitivos albergues, algunos hoteles, o simplemente en el alero de una choza donde busca guarecerse de la lluvia Va a Ingapirca, para admirar por su propia cuenta las construcciones en ruinas de los últimos Incas. Con un dejo de ironía se adentra en el alma de nuestros pueblos para interpretarlos a su manera. Es testigo del conflicto armado con el Perú en 1941. Al trasladarse al Tambo lo toman por un espía peruano porque horas antes había sobrevolado Cuenca un avión, a pesar de mostrar su pasaporte norteamericano, según él la patrulla que lo detuvo no sabía leer, sin embargo, pudo salir bien librado con la ayuda de su amigo, el escritor Arturo Montesinos. La tierra de los morlacos para el viajero está habitada por una raza superior” cholos altivos y pendencieros” trae a colación lo ocurrido con Seniergues Médico de la Misión presidida siglos antes, por La Condamine. Cansado tras el largo camino desde Loja a Cuenca, se despierta a la madrugada con los cánticos del rosario de la aurora, de ahí el comentario “Cuenca semeja la España del Siglo de Oro”. (O)
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