Lo sucedido a la niña mexicana Fátima, secuestrada, maltratada, violada, asesinada y desechado su cuerpo como basura, llama a reflexión de autoridades y sociedad en general. Porque puede suceder dondequiera y a cualquiera, pues bien recordamos un caso similar en Ecuador con la pequeña lojana Emilia.
Por de pronto muchos exigen que contra estos delitos deben establecerse sentencias más drásticas, incluyendo cadena perpetua y hasta la pena de muerte. Pues sus autores ya no son redimibles.
Cambio insuficiente sin embargo cuando la sociedad y varias actuaciones suyas nocivas, permanecen invariables e inclusive aumentan. El propio hogar frecuentemente disfuncional, porque la pareja se disuelve para darse dizque una nueva oportunidad, dejando a los hijos desorientados, confundidos, internamente destrozados, sometidos a presiones que jamás buscaron.
Luego el entorno cercano y lejano plagado de mensajes negativos, como esas telenovelas baratas donde campea la infidelidad matrimonial; las canciones que incitan a romper compromisos pues “conmigo tú te ves mejor”, “ese sujeto frío y aburrido”, “el amante” del famoso Sandro de América; la violencia y tragedia de conflicto armados por doquier; el aburrimiento cotidiano; las citas clandestinas; el prurito de la conquista; la ambición del dinero, confort, placer.
He aquí factores que directa o soterradamente golpean la familia, abren brechas de género exasperadas hasta provocar competencias entre varón y mujer, que pueden desembocar en odio y enemistad.
En los casos atroces de Fátima, Emilia y tantos otros, todos tenemos alguna responsabilidad que obliga a repensar antes de tomar decisiones, como pareja dentro del entorno familiar y comunitario. Nadie puede lavarse las manos para endilgar la culpa sólo al Estado o los gobernantes de turno. (O)