El Prefecto en alusión a la torrencial lluvia de cuestionamientos que surgieron a contramano de su pintorezco disfraz de chola cuencana, ha dicho en altas y claras voces que en su vida privada puede hacer lo que le venga en gana. Que cuestionarle por lo hecho, es un acto de “colonialismo”. Nadie le ha impedido hacerlo, dónde está el colonialismo en cuanto significa dominación. ¿Entonces en qué quedamos?. Y lo más pintorezco es que lo dijo acompañado de su inseparable saxofón, del que no se zafaría ni para mojarse el poncho, que para que también, poco se ha mojado, porque la obra de la Prefectura, no aparece por ninguna parte. Y la plena es que, con motivo de esa célebre ocasión, mejor le habría caído el rondador, porque va a tono con el papel folclórico que interpretó sin esfuerzo visible.
¡No! señor Prefecto, ¡no!, todo el mundo lo sabe, -menos Usted, claro está-, la vida privada de los funcionarios de elección popular y, en general de todo funcionario se vuelve inevitablemente pública. De allí que un funcionario de ese rango no puede darse el lujo de quedarse dormido borracho en media calle o, dicho de una vez por todas, no puede disfrazarse de coronavirus, aunque dependiendo del intérprete, podría lograr que el virus pusiera pies en polvorosa.
¡No!, definitivamente, ¡no!. Usted no puede olvidar que la chola cuencana es emblema e himno mayor de la cuencanidad: “Chola cuencana mi chola, capullito de amancay, por ti cantan, por tí lloran las aguas del Yanuncay…”. Repetido innúmeras veces, sin que canse, y sea motivo para que todos exijan su gloriosa repetición. Su irrespetuoso disfraz, caricarituzó a la chola cuencana y le caricarituzó: sus piernas desnudas, habrían desnudado la que se podría llamar grosera impertinencia. No sería mejor que se disfrace de Prefecto. No le parece. No les parece. (O)