Unas 80 familias realizan estos días una caravana por varios estados de México para buscar a sus desaparecidos con vida en lugares tan diversos como cárceles o hospitales psiquiátricos, una esperanza que se mantiene viva a pesar de las adversidades a las que se enfrentan y la indolencia de las autoridades de justicia.
La jornada empieza para quienes componen la caravana “Búsqueda nacional en vida por nuestros desaparecidos” y que viajaron desde una docena de entidades de México hasta el occidental estado de Jalisco, donde permanecerán hasta el 22 de marzo.
Con el apoyo de la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas y la Comisión de Desaparecidos en Jalisco, sus días transcurren en visitas a cárceles, hospitales, albergues y centros psiquiátricos en busca de una pista, un dato, una imagen que les ayude a encontrar a sus hijos, hijas, hermanos y esposos.
En sus manos sostienen las fotografías de aquellos que intempestivamente fueron sacados de su vida cotidiana. Las muestran a los médicos, reclusos, pacientes y personal administrativo. Caminan entre los enfermos en espera de que alguien los reconozca, les digan que los han visto o que han estado en alguno de esos lugares.
Ruth Gumercindo viajó desde Tamaulipas (noreste del país) para buscar a su hijo Marco Antonio que fue secuestrado en 2008. Cuenta a Efe que por primera vez, se unió a la caravana con la idea de buscar nuevas pistas que la lleven al paradero de su hijo mayor.
DENTRO DEL PENAL
El miércoles volvió a sentir la ilusión de encontrarlo porque en el reclusorio de Puente Grande dos personas dijeron haberlo reconocido y le dieron una pista de dónde podría estar.
Pero ella se lo toma con calma, pues sabe que este dato podría no ser verdad como le ha pasado en otras ocasiones. La esperanza suele difuminarse rápido.
«No tengo la certeza de que esté vivo, tengo que estar en la realidad. A mi hijo se lo llevó un grupo delictivo y mi fe es que sí, pero estoy preparada, pero como sea lo quiero encontrar y lo voy a encontrar. Lo que encontramos hoy me llena de esperanza y de fe, pero también hay que descartar», afirma.
Como muchos de los familiares, Gumercindo ha tenido que ir atando cabos aquí y allá, buscando datos, nombres, hechos, en un trabajo de investigación que, por ley, le corresponde hacer a las autoridades estatales y federales.
«Las autoridades no escuchan, ellos hacen su trabajo de oficina, nunca me han tratado mal pero no hacen su trabajo de investigación ni el trabajo de campo», lamenta.
UNA TRAGEDIA NACIONAL
María de la Luz López es coordinadora de la caravana que inició hace unos seis años con el afán de encontrar a su hija Irma Clarivel, desaparecida en 2008. En carne propia ha vivido la tragedia por la que pasan los familiares de 61.637 personas no localizadas que tiene registro la Secretaría de Gobernación.
Según la dependencia desde el inicio del mandato del presidente Andrés Manuel López Obrador, el 1 de diciembre de 2018, hasta el cierre de 2019 desaparecieron en México 5.184 personas.
Lucy, como la conocen la mayoría de sus amigos, inició la búsqueda de su hija en fosas clandestinas en los cerros de su Coahuila, pero la frustración de ver los pocos avances la llevó a indagar en otros lugares y estar convencida de que Clarivel puede regresar viva.
«Dejé el trabajo porque me enojé, porque no había ningún resultado, casi toda la semana nos íbamos al sol, a escarbar y a sacar restos por tres años. Pensaba en que mi hija me estaba esperando y que quizás estaba en la cárcel o en un psiquiátrico y yo perdiendo el tiempo dándoles huesos a las autoridades y ellos solo nos daban atole con el dedo», dice.
La activista considera que la visita a Jalisco ha sido exitosa porque en los primeros tres días lograron encontrar datos de 17 desaparecidos, entre ellos su hija, en el Instituto de Salud Mental y en el penal de Puente Grande, aunque en este último no les permitieron tener acceso a todos los internos.
JORNADAS EXTENUANTES
Al caer la noche, los familiares hacen un recuento del día, evalúan los datos encontrados, los «posibles positivos», las pistas que puedan presentar a las fiscalías de sus estados y presionar para abrir una nueva línea de investigación.
Entre ellos se contienen, se consuelan, se aconsejan. Compartir el dolor los ha hecho más fuertes para sacar adelante las investigaciones que suelen ser dolorosas y frustrantes.
Beatriz Torres, viajó desde Veracruz para buscar a Manuel, su hijo desaparecido en 2016. Junto a los otros colectivos de familias lo ha buscado varias veces en Autlán, Jalisco, donde fue visto por última vez.
Afirma a Efe que ahora no solo busca a su hijo, sino a los de todas sus compañeras y compañeros que también le han ayudado.
«Si no es Manolo es cualquier otro tesoro que le hace falta a otra familia. Buscándolos es como nos unimos, para mi las caravanas son muchos aprendizajes que nos ayudan y nos fortalecen. Me siento muy abrigada y nos identificamos porque el dolor es el mismo», señala.
«Estas nuevas líneas de investigación que nacen son las que te mantienen viva. (…) Imagínate qué significa que alguien te diga que vio a tu hijo. Si no los hemos logrado regresar a casa, al menos esto nos ha mantenido con vida y con esperanza», recalca Lucy López. EFE