Es probable que desde la Segunda Guerra Mundial, la humanidad entera no haya entrado en tanta incertidumbre y temor como la que estamos viviendo estos días.
Y es que los registros en el planeta al 20 de marzo son alarmantes para la OMS y en cada país: más de 263.700 infectados y 11.000 muertos en 171 países. China el epicentro con 81.200 confirmados y 3.263 fallecidos, Italia registra 47.000 contagios y ya supera a China en muertes con 4.032. La capacidad hospitalaria es rebasada en España para atender 20.435 contagios, siendo 1.050 las defunciones.
Las imágenes de la bella y turística urbe italiana de Bergamo obligada a enviar los cuerpos de fallecidos por coronavirus, para ser incinerarlos fuera de la región, en 60 camiones del ejército, dado que su cementerio ya no tiene capacidad, son lo más conmovedor en estos días.
En China los nuevos casos se han reducido notablemente, lo cual constituye una lección para el resto del mundo sobre como contener el virus, evidenciando la importancia de tener un sistema de salud pública sólido, de la mano de la contribución de toda la población para evitar la propagación del virus.
Quizás una de las mejores enseñanzas que podemos extraer de esta crisis es asimilar que, además de individuos, somos sociedad, dependiendo los unos de los otros más de lo que imaginamos y que solo actuando como sociedad podemos superar una crisis como esta. La supuesta libertad de unos puede implicar la muerte de otros. Si no cortamos las cadenas de contagio, el Sistema de Salud colapsará y mucha gente morirá, ¡así de simple!
¡Cuando Europa se ve más afectada que África, cuando un beso pasa a ser arma mortal, cuando el dinero no salva, la vida se detiene para tantos y el tiempo de las cuarentenas se vuelve un castigo, al volver a caminar seguro lo haremos más despacio, más cercanos, más humanos, más solidarios, alzando los ojos a Dios!