Cuarenta años atrás en mi indómita juventud llena de aventuras, visitaba cerros y pajonales en mi potente moto soslayando peligros y temporal rompiendo el silencio agreste de montaña con el estruendo. Hoy, gracias a un entrañable amigo que me regaló una nueva moto y con ella me regaló también el viento vuelto trizas en mi pecho y ante obligado confinamiento volví a mis andanzas, aunque maduras y reposadas. Día tras otro de ostracismo desde mi fundo campirano y por carreteras establecidas, llegué a lejanos poblados que superviven en medio de pliegas andinas, subdesarrollo y pobreza donde el pánico ante el corona virus fue triste realidad que revoloteaba como afligida danza. Muchos poblados impusieron controles evitando ingreso de visitantes a sus desoladas calles. Cubiertos con mascarilla, pocos transeúntes, mientras la mayoría entornaba sus ojos angustiados solamente a través de huraños ventanales. La noticia de la peste llegó a pesar de la lejanía y de vientos fuertes del pajonal inhóspito. Un ambiente de tristeza, desolación y vulnerabilidad ante un enemigo invisible y maléfico circulaba por los aleros musgosos de las humildes casas de cerro olvidadas en medio de la neblina fría. Será largo y responsable el aislamiento ante un peligro inmenso que se cierne sobre todos. No importa edad, sexo y posición social, todos somos blanco del azote. En cuarenta años no fui capaz de pasar un solo día de vacaciones en mi hacienda. Fui con mi familia visitante pertinaz de playas y hosterías de serranía, costa y oriente y viajero frecuente a destinos internacionales, pero nunca como ahora, obligado a buscar labor en el encierro dentro de mis linderos. Bañé y acicalé mis esplendidos caballos. Inseminé una potranca. Engrasé aperos y ronzales. Reorganicé el cuyero y escogí algunos para braza. Esparcí maíz a gallinas de postura y avente alimento a truchas rompiendo el espejo del lago. Acondicioné jaulas de cruce y confinamiento de mis gallos finos de pelea. Alimenté mis chugos, chirotes y salterios y me maravillé escuchando sus arpegios y diatribas carcelarias. Mejoré cercas eléctricas, potreros y bombas de riego y mejoré status de mis borregos de carne. Planté hortalizas en pequeño invernadero. Desayune pan de horno de leña con nata y cuajada y me sobró tiempo para sentarme en la tarde a ver llegar los venados silvestres que tengo como visitantes frecuentes, escribir algún cuento y garrapatear patojos versos. El aislamiento indispensable logró hacerme pensar en un agradable y simple retiro. (O)
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