Al término de la presente semana puede calificarse como buena la respuesta que la ciudadanía del Azuay y dentro de la provincia, Cuenca, ha dado a la emergencia decretada por el gobierno en torno a la pandemia. Las restricciones impuestas a la circulación de vehículos y personas, han sido recibidas como una forma de precautelar la salud de la gente y no como una limitación a las libertades. El toque de queda progresivo, primero desde las diecinueve horas y luego desde las catorce, igualmente ha sido respetado por la inmensa mayoría de los ciudadanos. Los pocos que no observaron esas disposiciones son una excepción y algunos de ellos han corrido el peligro de ser contagiados.
En paises como el nuestro existe una marcada tendencia a tomar con irresponsabilidad este tipo de situaciones. La reacción bastante generalizada al inicio de la pandemia fue que no era una amenaza mayor y que pronto pasaría o que no llegaría siquiera a nuestro país. Los primeros llamados a tener cuidado no tuvieron una respuesta positiva quizá por qué las propias autoridades pensaron que no se llegaría a los extremos que hoy conocemos. Somos países que no hemos sufrido los estragos de grandes guerras y fenómenos naturales periódicos. No estamos acostumbrados como en el viejo mundo a grandes catástrofes que han generado hambre y muerte durante varias etapas de la historia.
Cuando la pandemia empezó a mostrarse con toda su fuerza en nuestro país, la respuesta de las autoridades y de la ciudadanía -en términos generales- ha sido positiva hasta ahora. Los profesionales de la salud coinciden en que son los días de esta semana los de mayor riesgo y que en poco tiempo más bajará el número de contagiados. Quedarse en casa se ha vuelto una consigna asumida por buena parte de la población. Los que no acatan esta medida, los que hacen gala de irresponsabilidad bajo el pretexto de viveza criolla, son una excepción. Repudiable y peligrosa pero en todo caso una excepción.