Desde que se detectaron los primeros casos en diciembre de 2019 en la ciudad china de Wuhan, la comunidad científica se afana por escudriñar el nuevo coronavirus SARS-CoV2, porque solo así, conociendo su evolución, su genética y su actividad en las células humanas, se puede afinar en tratamientos y vacunas.
El coronavirus de Wuhan es muy parecido a otros virus aislados en murciélagos y se asemeja en ciertas partes de su genoma al SARS, síndrome respiratorio agudo severo, de 2003: en concreto, se sabe que un ancestro del nuevo coronavirus tomó parte del genoma de un antepasado de SARS (de ahí que se llame ahora al virus SARS-CoV2).
Este proceso de coger parte del genoma de otro -recombinación- le permitió adquirir “nuevas habilidades” como la de entrar en células humanas. En concreto, se piensa que el nuevo coronavirus, en un momento tomó información de una proteína llamada “Spike” de ese antepasado del SARS; esta proteína es la llave que el virus necesita para entrar en la célula.
Una de las incógnitas aún por aclarar es si una persona se puede contagiar dos veces, aunque ya hay estudios en macacos que dicen que no y que la infección primaria podría proteger de exposiciones posteriores.
También hay que averiguar cuál fue esa especie puente entre murciélagos y humanos, aclarar por qué en la mayoría de los niños los efectos son leves, por qué afecta más a hombres que a mujeres o si habrá una nueva oleada y con qué efectos.
Pero además, la comunidad científica tendrá que determinar si hay marcadores genéticos o epidemiológicos que indiquen si un paciente va a desarrollar síntomas serios.
A día de hoy no hay ninguna vacuna ni medicamento antiviral específico para prevenir o tratar la Covid-19, aunque sí se pueden aliviar los síntomas. Estados Unidos y China han comenzado a ensayar en humanos prototipos de vacuna y decenas de países, también España, han empezado a testar fármacos ya existentes contra el SARS-CoV2.
No obstante, hay que esperar y a día de hoy nada puede sustituir al aislamiento. (EFE)