La crisis causada por el coronavirus nos lleva al aislamiento en función de evitar el contagio masivo y el colapso de los sistemas de salud, incluso del personal médico y de apoyo, al igual que de los servicio del orden público y de los miembros de sanidad y aseo, es todo un conjunto humano que con nosotros debemos cuidarnos y cuidar así del bien primordial que es la salud. El mundo vive una experiencia crucial. Ni los chips ni la inteligencia artificial ni todos esos portentos hasta el momento ofrecen una solución al invisible virus.
El Papa Francisco en su homilía última nos pidió reflexionar sobre la necesidad de comprender la relación del hombre con la humanidad y con el planeta al decirnos: “Pretendemos una humanidad sana en un planeta enfermo y valoramos de cuán necesaria es la solidaridad fraterna…” con esta frase nos pone ante la necesidad de respetar el entorno natural y dar solución a las carencias básicas de la humanidad. En efecto muchos hablan del miedo, de la angustia y de la soledad que estos días de encierro debemos cumplir, en efecto si de algo debemos tener miedo es de la soberbia y del egoísmo.
¿Miedo? muchos si lo sienten y sentimos en especial de perder el horizonte de la fe, de la esperanza, de la alegría y de la ilusión de vivir, de sentirnos sanos y sabernos seguros más aún en un tiempo de imprevistos, que debemos afrontar en la fraternidad única de esa gran familia humana, porque solamente así, podremos superar la angustia del aislamiento, apreciando a la soledad, si la sentimos, como un instante especial para descubrirnos en nuestra realidad más íntima, pero con la certeza de la fe en un mañana mejor. Esa es la vida y así seguiremos construyendo el porvenir. (O)