El cristianismo como planteamiento religioso testimonia las miserias y grandezas del ser humano. La Navidad, cargada de alegría y la semana santa que culmina con la crucifixión del hijo de Dios nos muestran estas dos dimensiones de nuestra realidad. Se inicia hoy la semana mayor con el Domingo de Ramos en el que, sin la grandiosidad ni pompa de las entradas triunfales en el imperio romano, Jesucristo es recibido en Jerusalén con amor. Lo hace en un borrico para demostrar la humildad como elemento rector de nuestras vidas. Se exalta el amor de su pueblo que ha aceptado sus enseñanzas y da muestras de la sencillez que debe guiar el amor.
Las intrigas y prepotencia de los que dirigen la religión judía opera con perversidad. Esta religión está limitada al “pueblo elegido”, pero Cristo universaliza sus planteamientos al considerar que, al margen de cualquier condición, todos los seres humanos son hijos de Dios y que debe predominar en sus vidas el amor. Las maquinaciones culminan con la crucifixión, triunfo aparente de sus autores intelectuales. Con una visión “tremendista” se ha enfatizado los sufrimientos físicos y las humillaciones, pero culmina con la resurrección en la que se pone de manifiesto la grandeza del espíritu sobre las mezquindades.
La grandeza en este planteamiento se pone de manifiesto en el sacrificio que hace Dios al convertirse en ser humano y sufrir las ruindades para salvarnos. La mezquindad en las maquinaciones de los que, cegados por el orgullo, logran su aparente destrucción. Es necesario reflexionar que la vida no se limita a una secuencia ininterrumpida de sufrimientos ni gozos. Somos libres y nos toca usar esta condición para superarnos partiendo de que el amor es el componente fundamental de la existencia y que, si es que predomina, nos posibilitará superar todas las limitaciones. Lo que logramos ser depende en gran medida de cada uno, aceptando las situaciones negativas como la presente con una dosis de amor expresado en solidaridad.