Por Christian Sánchez
.- Una buena parte de la población está confinada como una medida para evitar la propagación del coronavirus. ¿Qué cambios considera usted que esto ha provocado en la ciudad?
Indudablemente, estamos viviendo una situación extremadamente anómala. Nuestra generación no ha vivido algo similar. En una sociedad acostumbrada a la vida en los exteriores, a prácticas colectivas, de proximidad espacial con el otro, pero también caracterizada por la rapidez, el vértigo, la hiper productividad, el consumismo, la inmediatez, de pronto nos vemos obligados a encerrarnos, a aislarnos, y a cambiar el ritmo de nuestras vidas.
Muchas cosas cambiaron en cuestión de pocos días: lo más evidente, el distanciamiento social, y todo lo que ello conlleva. El internet está jugando un rol fundamental en la cotidianidad de estos días. Nos ha tocado volver a ser creativos para la solución del día a día. Más personas hemos recurrido a la economía popular y solidaria (comprar en la tienda del barrio, la canasta agroecológica, etc.). Hemos aprendido a vivir con menos.
Nos hemos dado cuenta de la fragilidad de los planes, de la salud, de la vida misma. Nos volvimos más precavidos en las prácticas de higiene.
La crisis sanitaria nos ha obligado a quedarnos en casa, a compartir más con la familia, a aprender de lo pequeño. Los padres hemos tenido que hacernos cargo del cuidado diario de los hijos, muchas veces relegado a terceros.
En muchos hogares ha regresado la práctica de cocinar y toda esa relación antropológica entre el hogar y la hoguera.
Los negocios están empezando a ser creativos para seguir existiendo. Los profesores hemos debido repensar nuestra práctica docente; en fin, una serie de cambios…
.- El avance de la tecnología hace que a pesar del confinamiento la gente pueda estar conectada. ¿Es decir la tecnología es fundamental para la población?
El historiador israelí Harari ha escrito que las emergencias tienen la naturaleza de acelerar los procesos históricos, de lograr que decisiones que, en tiempos normales, tomarían mucho tiempo de discusión, terminen aprobándose en pocas horas.
Así, estamos viendo que las universidades, los colegios, las empresas, no se hubiesen atrevido a lanzarse a lo virtual de manera masiva, como lo han hecho en estos días, a pesar de que ya había indicios de que un futuro así se avecinaba.
Las personas que renegaban de las tecnologías, hoy han debido -a la fuerza- acoplarse a ellas.
En las situaciones de emergencia, nos adaptamos a cambios que los veníamos venir, pero a los cuales nos resistíamos.
Gran parte de nuestra cotidianidad, hoy se está desarrollando en los entornos virtuales, pero ya no desde la simplicidad de las redes sociales, a la que estábamos acostumbrados, sino para nuestros trabajos, para los estudios de nuestros hijos, para la compra de los víveres, etc.
Según Harari, algo que caracteriza a las medidas temporales o emergentes es que suelen durar más de lo que duran las crisis. De manera que estos cambios, al menos en lo que refiere al uso de la tecnología, difícilmente tendrán marcha atrás una vez terminada la emergencia.
.- Cuando regresemos a las calles ¿qué considera usted que cambiará en la sociedad?
Indudablemente habrá cambios significativos. Los principales retos que plantea el momento giran en torno a la recesión económica, que ocurre en una economía ya dolida, en una sociedad previamente fragmentada, caracterizada por la desigualdad, y en un mundo ya convulsionado; pues los estallidos sociales del 2019 no son más que un ejemplo de la compleja realidad social, política y económica que ya atravesábamos y que con el COVID-19 se verá agravada.
En términos de la cultura, cualquier respuesta en este momento me parecería prematura. Lo que podría decir, preliminarmente, es que la cultura no cambia de un día para el otro.
.- ¿Considera usted que las costumbres de las zonas de la sierra han hecho que, por ejemplo en Azuay los contagios sean menos que en Guayaquil?
La cultura influye en la respuesta que, como sociedad, damos a las emergencias. Sin embargo, creería que más allá de las costumbres de la sierra o de la costa, lo que incide en situaciones como esta es la realidad social y económica de las ciudades.
Las épocas de crisis tienen la capacidad de desnudar la realidad, de desnudar a la sociedad; y yo creería que hoy, lo que se está poniendo en duda es el denominado “modelo exitoso de Guayaquil”.
Ciudades como Guayaquil, o Nueva York en EE.UU., se están mostrando hoy en todas sus debilidades, en todas sus fisuras y temas sociales no resueltos. Los lugares más afectados están siendo las grandes urbes, aunque no exclusivamente. Y es en esas ciudades donde existe mayores índices de pobreza, marginación, hacinamiento, servicios básicos insatisfechos y precariedad.
- Relacionados
-
Entrevista a Marco Salamea: «Casa adentro los habitantes sienten el encierro»
Por Aida Zhingre:
-
La cuarta pandemia en la vida profesional de Iván Feicán, director del Vicente Corral Moscoso
-
Ser soldado en la guerra del contra el coronavirus
-
Juan Carlos Milibak, un gerente que lucha con el Covid-19 desde el IESS
-
María Angélica Orellana, 25 días sin ver la familia por estar con los pacientes
Por Ángel Vera:
Visión de la Iglesia:
Por Fabián Orellana:
Por John Machado:
- Entrevista a Pedro Palacios, alcalde de Cuenca:
«Estas fechas nos permiten saber de dónde venimos y hacia dónde vamos»
- Entrevista a Yaku Pérez, prefecto del Azuay:
«No hay nada que celebrar, pero sí mucho que aprender»
https://issuu.com/elmercuriocuenca/docs/12_-_04_-_2020?fbclid=IwAR1-0Yz1YOJTSffuVusS7BBLTENlEqpsPXLTivLjvAOn2_ei0V4cZD_kHEg