A través de una foto, así se despide María Angulo de su mamá Dolores Guamán, quien hace ocho meses viajó a Estados Unidos para visitar a sus familiares, seres queridos que hoy lloran su partida a causa del coronavirus.
Dolores, de 87 años, tenía una afectación al pulmón y desgaste de su sistema óseo, pero el amor por sus hijos Isabel y José María le hizo viajar a Nueva Jersey, donde enfermó y falleció.
Su cuerpo permanece en el congelador de una funeraria a la espera de un turno para su cremación.
Como el caso de Dolores, al menos cinco migrantes fallecidos por coronavirus se cuentan en la parroquia Sidcay, donde paradójicamente no hay contagiados de Covid-19.
La historia se repite en las parroquias más lejanas de Cuenca, su distancia les ha permitido aislarse del coronavirus, pero también las convierte en comunidades donde la migración, una de las pocas opciones para salir de la pobreza, deja tristeza por la muerte de seres queridos.
Junto con Sidcay las parroquias rurales de Llacao, Checa, Molleturo y Chaucha no tienen casos confirmados de pacientes con coronavirus, pero las muertes de migrantes por Covid-19 en Estados Unidos, España e Italia enlutan a por lo menos 25 familias.
Testimonio
Desde el sótano en su casa de Nueva Jersey, José Carpio, un migrante cuencano, espera que se cumplan los 14 días de aislamiento que le ordenaron los doctores el 8 de abril cuando por una fiebre se enteró que tenía coronavirus.
Desde ese día no ha visto el sol, mucho menos a sus familiares quienes están totalmente aislados para evitar contagios.
“Yo no quiero preocuparles porque ellos pasan viendo las noticias y todos los días aquí, en Connecticut y en New York las muertes se multiplican. No quiero que sufran por mí”, afirma.
José trabaja para una empresa que distribuye alimentos, iba a su trabajo en transporte público y presume que se contagió en uno de esos viajes, ya que sus compañeros de labores no ha presentado síntomas y su familia tampoco.
Asegura que tuvo fiebre de 39 grados, dolores de cabeza intensos, dolores musculares y durante dos días dificultad para respirar.
«Estuve a punto de ir al hospital, pero el temor de no regresar a mi casa me hizo ponerme fuerte”, comenta.
Ahora le desespera su situación económica. En pocos días debe pagar la renta, seguros y enviar remesas a su familia como lo hace cada mes, pero no sabe si le pagarán por el tiempo que no ha trabajado.
“Hay mucha gente sin trabajo, hay personas que han tenido que dejar sus casas, la crisis es fuerte y uno tiene miedo de quedarse sin nada”, afirma el migrante.
María Angulo comenta que sus antiguos vecinos en Sidcay pasa las mismas dificultades.
“Cayó enfermo el Pablo, la Silvia, el Víctor está en el hospital, el vecino Máximo falleció esta semana, la María recién salió, todos estamos sufriendo”, detalla.
Cercos
Para mantener esta realidad lejana, las parroquias han dispuesto cercos para evitar que el coronavirus llegue a sus comunidades.
Es el caso de Chaucha, parroquia que limita con Guayas y en donde se han colocado dos portones en la vía principal para evitar que ingresen personas que no pertenezcan a la comunidad.
Luis Vega, presidente de la Junta Parroquial, indica que las comunidades viven del auto consumo por lo que el contacto con la ciudad es mínimo, y se han organizado para que solo dos camiones provean de víveres y medicinas al sector, reduciendo la posibilidad de contagio al mínimo.
Algo similar sucede en Sidcay donde los controles en los accesos son estrictos, apoyados por militares, agentes de tránsito y policías.
“Nos cuidamos entre todos porque no queremos tener casos de coronavirus y estamos tomando todas las medidas para eso”, manifiesta Walter Ordóñez, presidente de la junta parroquial de Sidcay.
Estas medidas, combinadas con la entrega de ayuda humanitaria para evitar que grupos vulnerables se vean obligados a salir a conseguir alimentos, han funcionado en los sectores más alejados del cantón, que con dolor y disciplina, luchan su propia batalla contra el coronavirus. (JMM)-(I)