En este tiempo de tribulación atufa ver la televisión, escuchar la radio, leer los periódicos o mirar Internet; empero, hay que estar alerta a lo que sucede. Pese a mi incredulidad de las redes sociales, fui sorprendido por la noticia de la muerte de Felipe Leyton Hernández, reconocido cirujano plástico del país. Conmovido cogí el móvil y llamé a su asistente, quien me informó que era una engañifa, solo entonces, me conecté con Felipe: –Estoy para rato –me dijo–, aun cuando le noté decaído y con tos seca.
Días más tarde me llamó para saludar y desear bienestar personal y familiar. Volvió a comunicarse la mañana anterior a su verdadero deceso. Con voz entrecortada recapituló su fe en la vida: –Amigo, pronto quiero estar en Cuenca para ir por unas “cascaritas”. La señal se perdió, pero avancé a escuchar decir que sólo tenía sed, lo que interpreté sería por su diabetes. Al día siguiente, la voz trémula y quebrada de su asistente me anuncia: –El Jefe murió hace poco rato.
Fue un hombre de las entrañas de Guayaquil, donde estudió medicina y se especializó de cirujano plástico en Francia, siendo sus maestros Yves-Gerard Illouz y Pietro Nieves, de quienes se ufanaba. Trabajaba en la Clínica de Belleza Leyton, en el barrio Centenario, en donde operaba copiosamente y que sumadas a las que hacía en otras ciudades le convirtieron en candidato al Records Güines en Rinoplastia Digital, pronto a recibir. –Aunque le duela el área pudenda a muchos, seguiré operando y dando felicidad a quienes me necesitan–, decía sarcásticamente el hoy extinto.
Pese a los logros de su carrera no tuvo cuna de príncipe ni ataúd de faraón. Ciertamente, en contra de su voluntad, causó pesar, tristeza y malestar en algunos que no alcanzaron su peldaño. Fue un ser solidario y de mucho éxito, quien, conjuntamente con su afín Carlitos Coello V. y decenas de médicos guayaquileños y del país, han caído víctimas de la cruel pandemia.
Falleció el Jueves Santo, manifestado que tenía sed. Se me ocurrió ese día recordar la sed de Jesús en la cruz, que no era de agua, o por esto pero también por algo más significativo. El De Cristo no fue de líquidos, menos de ansias de placer, ambición o dinero. ¡No! El quinto grito del Mesías en el patíbulo al decir “Tengo sed”, fue de redimir al hombre.
¡Descansen en paz Felipe y Carlos, redimidos por la sed del Maestro!