Nuestra manera de interactuar socialmente se está transformando

La manera de relacionarse está cambiando con la pandemia. Ilustración: Freepick

Andrés V. Mazza – El Mercurio Web

Hubo un tiempo en que la cotidianidad de la sociedad estaba trazada especialmente en la ciudad. Las calles repletas, las cafeterías sin espacios vacíos, los restaurantes y los bares al punto del desborde.

En los centros comerciales casi nadie caminaba solo. La compañía era la opción que casi todos escogían. Y de un momento al otro no hubo qué seleccionar.  De pronto la vida se redujo al encierro y los lugares que eran habituales tuvieron que cerrar sus puertas por un virus.

Las costumbres de una población se vieron vetadas: las clásicas salidas, las reuniones y las fiestas se desvanecieron.

¿Cómo se enfrenta el aislamiento obligatorio en una ciudad en donde la mayor interacción entre personas se daba en los sitios de ocio?

Con el cierre de los lugares de ocio, la interacción entre personas se ha vuelto un tema muy complejo. Ilustración: Freepick

Para el sociólogo y escritor David Barzallo, el distanciamiento social es un tema complejo en un lugar en donde todavía existe un vínculo familiar constante. En Cuenca, por ejemplo, todavía las familias organizan reuniones domingueras y mantienen celebraciones del siglo pasado.

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Aún se daban con gran frecuencia lo encuentros para tomar un café con los abuelitos, los bautizos aglomeraban a familias, se invertía una cantidad de dinero considerable en los matrimonios y se buscaba cualquier excusa para reunir a las amistades en una casa, en un bar o en la calle.

“A diferencia de lo que se ve en otros países, el distanciamiento no ha sido un tema tan complejo por ser ya una costumbre. A los latinoamericanos nos cuesta el aislamiento y el distanciamiento. Uno acá todavía ve las jorgas o las reuniones”, dice Barzallo.

El sociólogo cuenta cómo en Argentina y Uruguay tuvieron que elaborar campañas fuertes para pedir a las personas que, además de quedarse en casa, no compartan su mate, una tradición muy arraigada en esa población del cono sur.

La transformación digital

El encierro ha dejado el camino libre para la tecnología. Desde los niños hasta los adultos mayores han optado por usar las aplicaciones para comunicarse a través de una cámara o escuchar al otro por un altavoz, lo que ha obligado a las empresas a mejorar sus servicios.

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WhatsApp actualizó su aplicación para permitir llamadas grupales de hasta ocho personas. Antes de la pandemia solo podían participar cuatro personas. Por su parte, Zoom se convirtió en una de las aplicaciones más descargadas en estos tiempos.

El uso de la tecnología ha aumentado ante la necesidad de comunicarse con el otro. Ilustración: Freepick

Y aunque la ciudadanía tenga un medio para mantenerse en contacto con el otro, para la mayoría no es lo mismo que tener a alguien en frente. Además está el hecho de que contar con una aplicación para comunicarse funciona mejor cuando se sabe que la otra persona existe, aunque hay una pregunta que puede caer en la complejidad: ¿a quién no llegué a conocer por la pandemia?

En las salidas, en las fiestas o en las actividades cotidianas que nos permiten interactuar físicamente siempre está la posibilidad de conocer a alguien más y entablar una amistad que podría convertirse en una relación y formar una historia.

“Por más que tengas todos los medios no es lo mismo”, dice Daniela, una cuencana que estaba acostumbrada a salir los viernes y disfrutar con sus amigas. “No es lo mismo porque no está el  contacto físico. Con mi familia, con mis amigas hemos hecho video llamadas, y aunque te deja tranquila no hay un contacto”

Para suplantar aquellas reuniones, docenas de personas, entre ellas Daniela, se han tomado un trago frente a la cámara. Si está bien o mal es un tema aparte. De esta manera los jóvenes se han acercado a lo que solían hacer los fines de semana: tomarse una cerveza, tomarse una copa de vino, tomarse algún tipo de bebida mientras hablan.

En otras situaciones en que se mantiene una relación sentimental se ve un cambio de papeles, lo que torna más complejo la vivencia. Los planes establecidos han cambiado y no hay una fecha de retorno a lo que se quería hacer y no se hizo.

Por ejemplo, David, un cuencano que le pidió matrimonio a su novia en diciembre de 2019, tuvo que posponer el acto civil. No obstante, hay algo paradójico: ahora él vive con ella porque sus suegros retornaron de Estados Unidos y tuvieron que cumplir con el aislamiento obligatorio, lo que provocó que la novia dejara su casa para estar con él.

Los nuevos hábitos

La socióloga Ana Salazar cree que hay que “desaprender para aprender” en esta época. Mientras no haya una cura o una vacuna para hacerle frente al COVID-19, por lo menos el distanciamiento social debe adoptarse en nosotros para convivir.

Somos una comunidad afectiva y es más difícil olvidarnos de nuestros hábitos sociales. Para algunos pueblos o comunidades será mucho más complicado. En China no había un saludo físico, en otros lados se daban tres besos para saludar y acá nos gusta los abrazos. Todo depende de la cultura”, dice Salazar.

Nadie se atreve a decir con seguridad lo que vendrá después o las consecuencias de la emergencia sanitaria más allá del ámbito económico y político. Desde la sociología se espera que transcurrido lo peor se espere con mucha más ganas los encuentros físicos y que las postergaciones de lo que se quiere no se extiendan.

“Es necesario, es esencial, es natural del ser humano de hacer vida social. Eso permite que la creatividad tenga lugar, que las ideas se desarrollen. Ahora las relaciones se pueden hacer más fuertes, más sólidas y no hablar de una modernidad líquida, en la que todo se diluye y no dura”, dice David Barzallo. (I)