OPINIÓN│
Morbosa calma y silencio cunden el ambiente. 40 días de ostracismo obligado da frutos que toda falta de libertad y libre albedrío imponen. El letargo del tiempo ocioso es cuna de pensamientos y reflexiones que inundan, pegados al veloz e inmediato sistema de comunicación que ahoga con conjeturas y opiniones que dicen verdades y muchas otras tergiversan maliciosamente circunstancias creando falsas expectativas.
El semáforo, viejo artificio inglés, consiguió disciplinar y organizar el mundo citadino con un simple juego de colores indispensables, evitando millones de aparatosos accidentes. Es forzoso acatar y cumplir con sus luces coloridas. Es cuestión de vida o muerte obedecer y seguir su régimen, pero la disyuntiva es tétrica y el incumplimiento nos acerca al abismo de la peste.
Todo se nutre en el principio de cultura y disciplina del pueblo, más es real en especial en la costa, donde carecen de elemental sentido de responsabilidad con uno mismo y con la ciudadanía. Inconcebible que continúen concentraciones en mercados y trasporte sin ningún cuidado que expande el virus y parecería que dantescas imágenes de cadáveres en media calle, fosas comunes, colapso de hospitales y cementerios, no les arredra y siguen su inconducta.
Pero la contrapartida es una verdad como vil montaña. El hambre espolea a todo. ¿Cómo podemos respetar el ansiado semáforo? Vivir hacinados y sin servicios elementales de subsistencia, empuja a la calle donde tienen y deben estar para ganar escasos dineros en ventas ambulantes y pequeños trabajos para saciar el hambre diaria. Saben bien de peligros, pero la disyuntiva es morir de hambre o apestados.
Sin tener sistemas de congelación o conservación alimentaria y sin capacidad para adquirirlos, obligatoriamente se abastecen diariamente en improvisadas vendimias callejeras contaminadas y antihigiénicas sin ninguna prevención, pues muchos mercados fueron cerrados por la pandemia y que, dicho sea de paso, tampoco fueron limpios en tiempos normales. Es mandatario alimentarse. Es real y definitivo. Ni países ricos del mundo pueden parar más su vorágine. EEUU, lejos de controlar la pandemia, es el mayor foco de contagiados del mundo y sin embargo brincarán el rojo porque su economía y desabastecimiento muestran su rostro en las esquinas. Morir contagiado o de hambre es lastimosamente la alternativa, mientras esperamos desesperados la vacuna. (O)