OPINIÓN|
Rompía el alba del siglo XVIII. Las primeras técnicas de agricultura y el uso del carbón mineral alumbraban la fundición del hierro y la industria siderúrgica. En 1712 se creaba la máquina de vapor y dos décadas después el primer telar mecánico. La humanidad se arrojaba al abismo de la gran industria. En 1739 se inauguraba el alumbrado de gas que pronto sería reemplazado por la electricidad. Nacía la noche y con ella las grandes metrópolis industriales. Los insomnes conglomerados urbanos donde ya no existe un minuto de quietud y descanso. Ciudades enormes. Exageradas. Peligrosas. Catástrofes ambientales que crecieron sobre los campos demandando cada vez más recursos. Más agua. Más energía. Más combustible…
Claro, la nueva civilización engendraba nuevas clases. La “burguesía capitalista” (propietaria de las fábricas) y el “proletariado” compuesto por los miles de obreros que se hacinaban en los barrios populares. La lucha de clases nacía bajo atenta mirada de Marx mientras la francmasonería corría el velo del oscurantismo. En 1751 Diderot publicaba “La Encyclopédie”. Montesquieu, Locke y Voltaire reemplazaban la fe por la razón. Jean-Jacques Rousseau publicaba el “El Contrato Social” y abría las puertas a la Revolución Francesa de 1789. La Ilustración cruzaba el océano y la Revolución Norteamericana predeciría la Emancipación de América Latina. Nacían repúblicas libres donde el nuevo soberano era la voluntad popular.
Todos los conceptos y las formas cambiaban. La civilización moderna se lanzaba a un modelo de desarrollo signado por las clases y la explotación indiscriminada de los recursos naturales. Un modelo paradójico en el que sería justamente la civilización de la razón y la democracia, la que generarías los mayores abismos de miseria y depredaría el mundo a una escala sin precedentes.
Pues bien. Ese mundo hoy se ha detenido en seco. La orgullosa civilización se doblega bajo un extraño azote que no atinamos a comprender. Recluidos en casa reflexionamos si tal vez, solamente tal vez, esta pandemia lleve consigo un mensaje. Una pregunta tremenda: ¿Volverá el mundo a ser aquel que conocíamos? ¿Podremos regresar a nuestro incuestionado modelo antropocéntrico? ¿Es posible? ¿Es sostenible? ¿Lo es…? (O)