OPINIÓN|
Acelerados cambios, globalizados problemas y soberanas respuestas. Correcciones por instinto, duplicidad de deseos y sueños que van hacia un mismo camino. Ánimo, entusiasmo y nuevo sol. Todo, con esperanza.
Sí. La confianza en volvernos a encontrar. En que la nueva realidad, aunque con variantes, idas y venidas, algo real y posible mostrará. Es una suerte de normalidad aprendida, vivida y encontrada. Quizá, más encontrada que pensada. Pero que está vigente, aunque la desconozcamos. Que tiene forma, aunque no la veamos. En la que está usted y nosotros, aunque no lo sepamos.
La esperanza construye escenarios, rutas, formas y destinos. Como Don Quijote, trae una especie de heroísmo -de poca monta- y a la vez de altísimo nivel y decisión. Una sensación de fluidez y calidez. Encontrando las medidas, ideas, íntima igualdad y necesaria explosión de la imaginación. ¿Para qué? Para entender que en un futuro inmediato -aunque tarde- no existirá retornos, sino exclusivamente una verdad aprendida y otra por aprender.
Esperanza que permite a-hora mismo- estar frente a esta pantalla esperando que todo pase. O, mejor dicho, que todo comience. Pues, aunque no será como la verdad de antes, tendrá mucho del camino y experiencia, de la dinámica de una sociedad comprometida con su futuro. Con esperanza reanimamos al corazón y a los sentidos. Creemos en la ética del deber cumplido y el mañana. No se trata de una búsqueda por lo normal. No. Al contrario, es encontrar los nuevos métodos y formas que conduzcan a renacer lo que no está perdido: la plenitud de la vida.
Probablemente, no nos volvamos a encontrar como en otras ocasiones. No habrá multitudes, numerosos encuentros, conciertos, reuniones cercanas o grupos en mayoría. Existirán nuevas variantes. Pero la música no se irá. La sonrisa y nuevo amanecer también se quedarán.
Sí. Y, con algo más de esperanza, estaremos juntos otra vez. (O)