OPINIÓN|
El concepto de teletrabajo surgió por los años 70 y, hasta ahora, las definiciones siguen en debate; en ese sentido, la dependencia y el uso de las TIC sirven para diferenciarlo del trabajo tradicional en casa.
Trabajar desde casa tiene repercusiones en la organización de la vida cotidiana y en los cambios que se producen en el ámbito doméstico. Desde este punto de vista, es importante considerar el valor que se le da al teletrabajo y el verdadero impacto que produce en la salud física y mental; más aún, cuando el concepto de conciliar la vida laboral, familiar y personal no tiene consenso sociocultural ni político.
Se puede percibir que compatibilizar este modo de trabajo resulta complicado en mujeres y, más, en madres de familia con hijos menores o donde hay la presencia de adultos mayores. Hay dificultades como: lidiar con enfermedades, no tener contacto con sus colegas por el aislamiento social o cumplir con obligaciones laborales y escolares. Por otro lado, está la tradicional distribución de roles de género en los hogares que empeora la situación en las tareas domésticas y familiares. Entre las ventajas se pueden mencionar: estar más tiempo con la familia, ahorrarse desplazamientos, organizarse en los horarios a conveniencia, entre otros. Sin embargo, este último factor que se ve como favorable, hace que la jornada laboral se extienda con más horas de trabajo, sea por solicitud de la empresa o por responsabilidad propia; por lo tanto, muchas veces, la sobrecarga de trabajo remunerado y no remunerado repercute en el esfuerzo físico y mental. Para evitar un factor de estrés que consume tiempo y espacio es necesario un autocontrol de la vida cotidiana, del tiempo, de tener la libertad de actuar y decidir en función de criterios propios. La sociedad, en cambio, debe reconocer y valorar el teletrabajo ante las contrariedades (O).