Nueva York continúa siendo el epicentro de la pandemia del SARS-CoV-2 en los Estados Unidos, ahora con más de 320.000 casos confirmados y unos 26.000 muertos. La magnitud de esas cifras hace que sea fácil olvidar que cada muerte es una persona y cada persona tiene una familia.
Pero desde que vine como apoyo a este hospital de Long Island, me he podido acercar, crudamente, a cada realidad: la de los que se recuperan, que son los menos, y a la devastación ante las inevitables llamadas que confirman que el coronavirus ganó la batalla.
LA DECISIÓN MÁS DIFÍCIL… POR TELÉFONO
Una de las cosas más penosas es ver cómo las familias de nuestros pacientes se ven afectadas por esta enfermedad.
No se permiten visitas en el hospital por lo que los pacientes están aislados de sus seres queridos.
Los que no tienen respiradores pueden usar sus teléfonos y aprovechar la tecnología como FaceTime y Zoom. Pero para los pacientes con ventiladores mecánicos, la única conexión con sus padres, hijos o esposos somos los trabajadores de la unidad de cuidados intensivos.
En muchas ocasiones tenemos que pedirle a un familiar que tome decisiones sobre cosas que para la mayoría son completamente desconocidas o que han terminado distorsionadas por la gran cantidad de información y desinformación circulando en las noticias y en las redes sociales.
Es inevitable percibir que ellos están preocupados, asustados y, aunque aprecian inmensamente al personal de la unidad, a menudo es difícil mantener al día la comunicación con todos o dedicar la cantidad de tiempo que ambos quisiéramos para una conversación.
Al final, ese reducido hilo de comunicación crea una situación demoledora cuando las familias deben tomar la decisión más difícil.
En otras circunstancias las conversaciones sobre el adiós final son igual de dolorosas y complicadas, pero las tenemos en persona, después de que la familia ha presenciado de primera mano todo lo que su ser querido ha soportado.
Ahora estamos teniendo ese diálogo por teléfono.
Debido a la pandemia, de la que ahora Nueva York es el foco mundial, aquellos que pierden a un ser querido deben afrontar el doble dolor de la muerte y las medidas del distanciamiento social (en algunos casos ha obligado a realizar los funerales por internet y las despedidas de los enfermos graves a través de videollamadas).
Se siente un gran vacío llamar para decirle a alguien que su esposo o su hijo ha muerto, así, simplemente.
Cuando suena el aparato, tengo la sensación de que la familia espera, contra toda esperanza, que solo llame con una actualización o tal vez una buena noticia, pero en el fondo ellos saben lo que ha pasado.
Y saben también que no habrá funeral, religioso o de otro tipo, ni reunión de amigos y familiares para recordar la vida de ese ser perdido. EFE