Luego de más de dos meses de confinamiento en el país, que se ha cumplido con bastante relatividad, ha llegado la hora de ir desescalando el aislamiento voluntario, a fin de pasar a la fase de distanciamiento, que es, de hecho, más compleja que la anterior, porque implica ante todo la responsabilidad de cada ciudadano de cumplir con los protocolos establecidos para el efecto, como serían mantener las distancias entre personas en por lo menos dos metros, lavarse frecuentemente las manos, rociarlas con alcohol, y sobre todo llevar mascarilla cuando se salga de casa.
En un país como el Ecuador, donde buena parte de la población está desempleada o vive del subempleo, en estos meses ha sido particularmente difícil lograr el confinamiento a plenitud, ya que en las ciudades grandes, medianas o pequeñas, quienes viven de pequeños negocios ambulantes, simplemente han ignorado la disposición, invocando la necesidad de ganarse la vida, lo cual en buena medida es verdad, porque las ayudas de kits alimenticios y otros productos no han llegado, ni mucho menos, a la totalidad de quienes las necesitan.
De otra parte, los sectores productivos se encuentran gravemente lesionados en sus economías, y de esta manera han establecido, como en Cuenca, protocolos de higiene y seguridad para ir reabriendo paulatinamente actividades industriales, comerciales y productivas en general, tomando en cuenta que proseguir indefinidamente en la fase de confinamiento, resulta un verdadero riesgo para el futuro económico del Ecuador, la generación de empleos y la vida misma de la sociedad, agotadas ya en buena medida las reservas económicas de estos sectores.