Arq. Miguel Moscoso Serrano │
Preocupados por la pandemia que azota el planeta y por su puesto a nuestro país, nos hemos permitido emitir ciertos criterios en base a las estadísticas de la universidad John Hopkins, está claro que la información por parte del gobierno nacional desorienta y confunden a la población. Seguimos hasta la fecha sin una explicación clara y convincente. Se ha evidenciado que las cifras expuestas difieren totalmente de la realidad. Datos oficiales que en su momento fueron anunciados por el propio presidente y algún funcionario que en ese entonces fungía de coordinador.
El país tiene hasta la fecha miles de fallecidos, sobre todo en provincias de la costa como guayas y santa elena, la terrible realidad vivida por centenas de ciudadanos y sus familias es indescriptible. Sin mayor acceso a los servicios de salud, falta de pruebas para detectar el virus, familiares que no encuentran los cadáveres de sus seres queridos sumado a esto la falta de insumos de protección para médicos, enfermeras, auxiliares, choferes, nuestros héroes silenciosos. Se ha configurado un escenario dantesco, que la opinión mundial ha puesto como ejemplo de cómo no se debe enfrentar una epidemia y las consecuencias de su mal manejo.
Concentrados quizás con el grave problema de Guayaquil se olvidaron de que hay otros pueblos, mucho más pobres, como los de la península de Santa Elena. Zona en la que la incidencia del Covid 19 tiene características de catástrofe. Poco fue la asistencia gubernamental, sobre todo cuando más se requería, no se adquirieron y menos aún se realizaron pruebas a tal punto que el contagio en general se dio en masa. Es conmovedor y provoca terror escuchar a los habitantes de estos sectores asegurar que murieron quienes “por la ley de la vida” tenían que fallecer.
El ecuador demostró las consecuencias de la falta de apoyo de los gobiernos de turno a políticas de salud integral, que deben comenzar por dotar a sus habitantes de servicios básicos como son el agua potable, alcantarillado, tratamiento de residuos, etc. No basta con la construcción y equipamiento de grandes hospitales, si a ellos no se les dota del presupuesto necesario, personal calificado y el equipamiento adecuado. Un estado ausente e indolente que, con una economía en tiempos de guerra en vez de comprar las armas para combatir al enemigo y protegernos optó más bien por pagar deudas inmorales. A todo esto, hay que sumarle la corrupción de funcionarios y empresarios que, sin un ápice de solidaridad, priorizaron el hacer dinero de manera ilícita a la vida de sus compatriotas configurando verdaderos actos criminales e inhumanos.
Para el Dr. Elmer Huerta (científico del Hospital John Hopkins) el COVID-19 se manifiesta con mayor virulencia en ciudades localizadas a nivel del mar, precisamente donde se da una mayor concentración poblacional, como es el caso de Londres, Nueva York, Milán, Madrid, Sao Saulo, Lima entre muchas otras. En nuestro país Guayaquil prueban la hipótesis del prestigioso científico peruano.
Indudablemente la capacidad, recursos y voluntad de enfrentar la crisis constituye el factor principal, pero los efectos de la altitud también se han visto reflejados en los contrastes entre las ciudades de la costa y la sierra. El mayor porcentaje de afectados, contagiados y fallecidos, según los datos globales entregados por el COE nacional, se encuentran en la región costa.
Huerta afirma que las ciudades emplazadas en altura poseen una mayor incidencia de rayos ultravioleta (uv), esto sumado a la sequedad del ambiente y demás factores del clima en general influyen para que el efecto del virus sea de alguna manera menos agresivo. Seguramente estos criterios científicos le llevaron al polémico presidente de los Estados Unidos a proponer que los enfermos del COVID-19 se sometieran a tratamientos con rayos ultravioleta.
Debemos anotar que una mayor concentración de oxígeno en el aire indudablemente influye en un mayor rendimiento en los seres vivos. El oxígeno que sirve además para el funcionamiento de equipos a combustión en donde su eficiencia va disminuyendo conforme ascendemos en altura. Pone como ejemplo Quito, La Paz o ciudades del Tíbet, todas localizadas en altitudes superiores a los 2.800 msnm., en nuestro medio, podríamos incluir las ciudades andinas que, de acuerdo con la estadística del gobierno, la incidencia del virus en contagios y fallecidos, con respecto al resto del país, no representa ni un 22% del total del país (datos tomados de los informes diarios al 15 de mayo). Podría ser que el famoso mito de la altura, del cual se han quejado casi todos los deportologos del mundo, también tiene incidencia en la propagación o letalidad de este virus, pero en este caso en beneficio para quienes vivimos en los Andes.
Según la opinión del Md. Phd. Claudio Galarza Maldonado, calificado profesional formado en la Universidad de Minsk, quien analiza desde el punto de vista científico la altitud y el cómo influye en la unión de la proteína (spike o espiga) del virus a su receptor en la membrana de la célula, donde después se replica, multiplica e invade otras células convirtiéndolas en verdaderas fábricas de este nuevo microorganismo, cuyo origen está todavía por dilucidarse.
Hasta el día de hoy conocemos que un receptor que se encuentra en células de pulmones, corazón, intestino, riñones, conocido como ace2 y que participa en la regulación de la presión arterial, es donde la proteína espiga del virus se une y desencadena la cadena de eventos que llevan a la aparición de los síntomas, afortunadamente en una minoría de los contagiados, que incluyen inflamación pulmonar y en los casos más graves la producción exagerada de proteínas que llevan a un estado de hiperinflación y cambios probablemente autoinmunes, que incluyen trombosis.
Llaman la atención estas estadísticas y ameritan un análisis profundo y científico por parte de las universidades, escuelas de ciencias médicas y demás organismos de investigación, que poco han hecho o dicho dentro de todo este proceso que nos ha conducido a vivir una verdadera catástrofe.
Esto es también una oportunidad de reflexión y cambio para nuestra ciudad, para volverla más saludable, más amigable con el ciudadano, con la implementación de supermanzanas dedicadas al peatón, la bicicleta y medios de transporte menos contaminantes como el tan esperado tranvía. Eliminando en lo posible el dañino tráfico del casco central. Sería un acierto aprender las lecciones que nos dejará esta catástrofe cuando termine, no solamente para mejorar la calidad de vida de la población, sino también para la reactivación económica mostrándole al mundo las bondades de lo que representa vivir en una ciudad con bajos niveles de contaminación, consecuentemente con mejores condiciones para la vida. (I)