OPINIÓN|
El problema es que ya no les creemos. Y no pueden culparnos. En primer lugar porque es difícil creer en las buenas intenciones cuando nos han mentido tanto. Y en segundo lugar porque las buenas intenciones no sirven para nada. Porque la historia de este país en girones se ha construido de grandes proyectos nunca realizados.
Y sí, nadie puede negar el valor de la intención detrás de las reformas propuestas por el Presidente al Código Orgánico Integral Penal (COIP) y a la Ley de Contratación Pública. Reformas que buscan sancionar la atroz corrupción en los procesos de contratación pública por emergencia. Reformas que inútiles porque llegan tarde, con los hechos se han consumado y la abyecta corrupción impune en medio de la miseria de un pueblo. Y esto sin considerar que el camino para pasar de la idea a la reforma efectiva está lejos de concluir. Primero deberá atravesar los opacos e intrincados caminos del CAL y, de lograrlo, caerá en el agujero negro de la Comisión de Justicia, donde acumulan polvo numerosos proyectos en materia de lucha contra la corrupción.
Y hablando de buenas intenciones, difícil será pasar por alto la siguiente “gran idea”, de reducir a la mitad las empresas públicas del Estado. Y no porque esté en contra de reducir la pesada burocracia. Sino porque estoy en contra de aquellos procesos de privatización en los que nunca queda claro cómo se van a vender las empresas y quienes son los poderosos grupos (casi siempre multinacionales extrajeras) que van a hacerse con áreas estratégicas de la economía. ¿Pesimismo? No. Simplemente historia.
Y no. No es culpa del inversionista que aprovecha la oportunidad, por poco ética que sea. Es culpa de un Estado incapaz de establecer con claridad las reglas del juego. Recuerdo un artículo de Vargas Llosa en el que (citando a Adam Smith), decía que “… el empresario es el más eficiente creador de progreso en una sociedad; pero que, descarrilado por un sistema oscuro e intervencionista, se torna el más inescrupuloso buscador de privilegios, prebendas y, por lo mismo, es un peligrosísimo agente de corrupción política”. Una dura verdad… (O)