OPINIÓN|
“Vine a Comala”, dice el protagonista de Pedro Páramo, del mexicano Juan Rulfo, a esa ciudad perdida en la lejanía, en el calor y en el vacío, ciudad que nos permite revivir nuestras ciudades en cuarentena. Casas levantadas a lo largo de calles solitarias, por las que acostumbraba a transitar gente, pero ahora hay apremio por guardarse en las casas y no mostrar, ni las narices. No es posible admitir que, en estos días, los seres humanos huyamos de los otros: familia, amigos, vecinos. Ya no hay el encuentro placentero entre seres afines, que nos permitía compartir con el otro, bien la felicidad o la preocupación. Peor hablar del trabajo que no se desenvuelve, sino que ha permanecido en “pausa”. La presencialidad de las personas se ha convertido en un encuentro a través de plataformas virtuales. Ver al otro a la distancia ya es bastante y, entonces, a través de la cámara recrear del familiar o del amigo y, con ello, sentirnos satisfechos.
Algunas inquietudes: ¿cuánto ha cambiado la vida del ser humano y cómo se proyectará la vida más adelante? No hay duda que, luego del Coronavirus, el mundo entero deberá asumir nuevas proyecciones y una perspectiva renovada para paliar el golpe sanitario, laboral, económico y la salud mental de las personas.
El mundo está sometido a un impacto enorme y el ser humano deberá mostrarse abierto a ese cambio y tornarse creativo y propositivo. Una nueva era ha llegado al universo y a cada persona del planeta. (O)