ENTREVISTA│
〉 Marcelo López Seminario, párroco de Santa María de El Vergel-Cuenca
PERFIL
“Yo soy gualaceño. Un cura desde el 2001. Párroco en Hermano Miguel, en Cristo del Consuelo, y acá (El Vergel). Nada más. A mi no me gusta dar larguras. Soy cura. Creo que esto centra todo lo que pretendo y quiero hacer. Un amante loco de la familia, de la eucaristía, de la Virgen María; de los jóvenes, porque creo mucho en ellos, en sus sueños. Y la lengua y la guitarra mis instrumentos para llegar a ellos. Eso, nada más”. Ah, ¿toca la guitarra? “Alguna cosita; alguna cosita”
¿Cómo entender la “nueva normalidad”, dos términos acuñados en el mundo con motivo de la pandemia, y que casi todos los repetimos?
No sé si hablar de “nueva normalidad”, o más bien volver a la normalidad. Cuando alguna vez dije en el sermón, esa fue la intención. Demostrar que muchas de las cosas que hoy llamamos normales, no están tan normales.
No hay ni la norma universal natural, ni la norma social, ni mucho menos esa norma humana o divina para quienes creemos en el Creador, que rija un poco nuestros destinos y nuestras acciones.
Yo creo que hay dos formas: entender como el proceso de algo que debe hacernos mejores; o simple y llanamente abrir las puertas para volver a lo mismo. Depende de la persona.
Eso es lo que mucho se teme. Volver a la normalidad y seguir siendo lo mismo.
Es que la normalidad, para muchos es a lo que están acostumbrados. Y la costumbre de lo que ha pasado de mano en mano, la gente considera que es lo mejor, pero no siempre es así.
No porque siempre se haya hecho, porque se lleven muchos años haciendo, o que lo hayan hecho todos, quiere decir que eso esté bien.
Creo que es un momento para reflexionar. Si es que lo que se ha hecho siempre está bien. Si está bien, volverlo a hacer. Si está mal, cambiarlo o mejorarlo.
¿Qué estuvo anormal hasta antes de la pandemia?
Que el hombre se haya vuelto instrumento y no señor de las cosas, del trabajo, de los placeres; que el hombre haya priorizado, por encima de la vida, de la familia, de Dios, del bien común, aspectos como el placer, el pasatiempo, la vanidad. Eso estuvo mal a mi modo de ver. Y seguirá mal siempre que esté así.
Desde el punto de vista espiritual, ¿cómo entender esta “nueva normalidad”?
Sin pretender un teocentrismo, en el que en torno a Dios gire todo, creo que hay que pretender volver a la espiritualidad.
El hombre es un ser de espiritualidad. Antropológicamente eso es innegable. Entonces, si el hombre se enfrasca solo en la materia, en el cuerpo, se está olvidando de algo importantísimo, que es su esencia. Ese ser que nos hace sabernos nosotros y no los otros, lo espiritual.
Entonces, para mí, desde nuestra parte religiosa es volver a lo espiritual.
¿Cómo hacerlo?
Dejando de mirar solamente en el tiempo de la materia, la comida, la fiesta, el baile, el trago. Tratando de llenarnos por dentro, que eso es el gran vacío del hombre.
Creo que el ser humano que más cosas tiene o que más cosas pretende tener fuera, es porque en el fondo hay un vacío interior tremendamente grande.
Es volver a esos principios que nos llenaron: la familia, la sonrisa, la alegría, la meditación, la reflexión.
Esos principios tan normales y sencillos de todos los días, eso sí son normales. Esos que vienen con nosotros dados gratis: el poder de disfrutar de respirar. No sé cuánta gente, en el corre, corre, siente el que aire ingresa por sus pulmones y sale. Y por eso se pagan cursos de yoga, para algo tan sencillo que significa disfrutar de respirar.
EL PENSAMIENTO
«Y sí podemos vivir. Nos hemos dando cuenta que sí podemos vivir sin salir a comer en restaurantes todos los fines de semana; que sí podemos vivir mirando la película en familia; que sí podemos estar en la casa sin quemar gasolina todos los días, por el gusto de quemarla.
O sea, que sí podemos vivir con una misma ropa, con dos paradas de ropa en la semana, y que no podemos estar comprando diez para presumir a gente que tal vez ni siquiera ve lo que estoy puesto».
¿Es que vivimos en un mundo tan materialista, como que el ser humano se ha cosificado?
Por supuesto, el hombre se ha vuelto instrumento. Yo suelo utilizar una palabra: el hombre se ha automatizado.
Somos excelentes máquinas, autómatas, ya sea para el trabajo, para la diversión, para el estudio. Nos hemos enfrascado en una cosa; y para mí, el perfeccionamiento en esa cosa nos ha hecho olvidarnos de otras.
Por ejemplo: hay seres humanos excelentes profesionales, pero tal vez pobres en el ámbito familiar. Hay otros que son excelentes en su ámbito familiar, pero tal vez en el ámbito profesional lo truncaron.
Hay otros que le dan mucho cultivo a su cuerpo, el deporte, el tener un cuerpo saludable, pero tal vez no leen un libro nunca. Y también en la parte espiritual, esa reflexión, esa meditación.
Entonces, cuando nos han vuelto máquinas para producir, para consumir, nos han hecho olvidar que nosotros tenemos otras dimensiones…
Ese crecimiento que realmente abarque la dimensión física, por supuesto; es el cuerpo que tenemos, que se nos dio, que abarque el crecimiento intelectual, el crecimiento espiritual, indudablemente, y también ese crecimiento afectivo, social y familiar, que es indispensable, sin el cual podemos ser excelentes en alguna cosa, pero estaremos quedándole debiendo al otro aspecto de nuestra vida.
Usted sabe que el mundo, en Ecuador en especial, a raíz de la pandemia muchos se han quedado en el desempleo, la pobreza aumenta, ¿cómo enfrentar estas dos realidades desde el punto de vista humano y también espiritual?
Yo creo que hay que volver a la solidaridad. Eso que cuentan los abuelos antes, que cuando mataban el chancho iban repartiendo un poco de sancocho, un poco de mote, puerta a puerta, hasta hacer que todos, al menos los que olieron el sancocho, se hayan sentido partícipes.
Y al siguiente día llegaban, en Carnaval por ejemplo, con el dulce de higos, asimismo para todos.
Eso es volver a la solidaridad. Y yo he visto eso en estos días. Sí, hay gente terriblemente mala, que ha hecho negociados y se ha destapado una corrupción increíble. Lo dicen los medios de comunicación, no lo digo yo, lo dice el mismo gobierno.
Pero también se ha destapado una inmensa solidaridad en la gente. Más de una vez he visto en una tienda, a la persona que le dicen: si no tiene 5 centavos, tranquila, yo tengo, y le regalan, y sin verse la cara por la mascarilla.
Entonces, volver a la solidaridad es un aspecto importante, tanto para lo humano, como para lo espiritual y lo religioso, porque el ser un buen religioso, una persona espiritual no nos libera de ser buenos seres humanos. Al contrario, solo el que es un buen ser humano puede expresar su espiritualidad y su religiosidad de forma correcta.
En el otro lado de la medalla están los grandes grupos económicos, las grandes compañías, que se lamentan por las millonarias pérdidas que han tenido, y están esperando “la nueva normalidad”, pero ¿para qué? ¿Para seguir acumulando capital, riquezas?
Yo creo que habría que hablar aquí con mucho tino realmente. La primera cosa: es innegable que hay gente que acapara y que no sabe ni lo que tiene, pero es indudable también que solo empresas grandes y la solidaridad en grupos pequeños puede generar el crecimiento de un pastel, que ya se lo han comido en su mayoría.
Entonces, el reparto de la riqueza simplemente sin generar riqueza, yo no creo que es tan acertado defenderlo.
Obviamente, hay la gente mezquina que no piensa en morir, les digo yo siempre, que piensa que en el ataúd va a poderse llevar las cuentas bancarias, los carros, lo que ni sabe lo que tiene. Pero es innegable también que estos imperios económicos, y voy a hacer una comparación que hace el autor Wim Diercksens. Él habla de que las multinacionales son unos tremendos dinosaurios que se han logrado comer todo el pastel de la economía. Eso es verdad.
Pero es innegable también que si esos dinosaurios caen, aplastan millones de millones de ratas o de ratones que estaban trabajando para generar el pastel para el dinosaurio.
Esa imagen es tremenda, porque desgraciadamente somos así. Si Estados Unidos colapsa económicamente con sus grandes empresas, con sus grandes multinacionales, porque no es Estados Unidos como país, sino como multinacional, va a arrasar consigo, y los primeros, por ejemplo, vamos a ser arrasados los 17 millones de ecuatorianos que estemos acá y que estamos dolarizados. Entonces, ese el primer riesgo.
Tenemos que evitar estas confrontaciones locas. Sí, generar conciencia. Yo no pienso cambiar la mentalidad con mis reflexiones de la gente multimillonaria, primero, porque no me escucha; segundo, porque no les importo; tercero, porque tal vez su Dios no es mi Dios sino el dinero. Pero sí generar entre nosotros conciencia de comunión, de solidaridad, de respeto.
Creo que si esas cosas logramos, nosotros podemos entender que las soluciones no nos van a venir de arriba, que tienen que nacer entre nosotros, porque para mí es tan ladrón el que le roba a sus millones de empleados en el mundo, como el que le roba en la tienda los 10 centavos a ese niño que ingenuamente no supo pedir el vuelto y no sabía que se estaba quedando el tendero.
Quién es más, quién es menos, no sé. Eso está en su conciencia y en su corazón. Entonces, hay que trabajar en el lado humano, en generarle conciencia al hombre de que sepa valorar aquello que hoy se está perdiendo.
Y sí podemos vivir. Nos hemos dando cuenta que sí podemos sin salir a comer en restaurantes todos los fines de semana; que sí podemos vivir mirando la película en familia sin salir al cine con los amigos cada noche uno los hijos; que sí podemos estar en la casa sin quemar gasolina todos los días, por el gusto de quemarla.
O sea, que si podemos vivir con una misma ropa, con dos paradas de ropa en la semana, y que no podemos estar comprando diez para presumir a gente que tal vez ni siquiera ve lo que estoy puesto.
Usted ha señalado que mucha gente pide a Dios, cómo lo haga no interesa, que la pandemia desaparezca. ¿Es un momento de desesperación del ser humano? ¿Cómo entender esta reacción natural del hombre?
Creo que es el conocimiento del límite personal y de hasta dónde llega nuestra capacidad.
Por fin es un baño de humildad para los seres humanos. Más de una vez usted habrá escuchado que hay personas vanidosas, orgullosas, que dicen yo hago lo que me da la gana. Nadie tiene por qué decirme nada; si te gusta, bien.
Hoy nos damos cuenta que ni hacemos lo que nos da la gana, no somos dueños ni de un cabello que está en nuestra cabeza, mucho menos de la vida, ni de las cosas. Que no está en nuestras manos, ni la economía, ni siquiera el conocimiento de algo que debe estar por allí y no lo hemos descubierto.
Por eso ese baño de humildad, de saber que hay alguien a quien acudir; pero ese alguien que nos da una respuesta, como Jesús les dice a sus discípulos cuando le dicen: a esta gente despídeles para que vayan a comer, y el Maestro les dice: denles ustedes de comer.
Creo que es reconocer que estamos en la misma barca, bajo las mismas circunstancias, con un mar bravío, pero que hay un capitán, que ojalá nos ilumine para que rememos todos a puerto seguro.
Escuchándolo, me asalta una pregunta acaso ingenua, ¿cómo cree que nos está mirando, no está sintiendo, Dios?
Yo creo en el Dios que llora con su llanto, que ríe en su alegría, que se esperanza en sus esperanzas y en sus ilusiones.
No es el Dios sádico que dirige cordeles como un marionetero para que el ser humano tropiece o se levante, o se embelesa en verle sufrir. No.
Es como el padre: el padre que ve morir a su hijo, que ve angustiarse a su hijo frente a sus ojos, que no puede hacer nada por cambiar, porque eso está bajo leyes naturales, pero que lo conforta, que le anima, que le da la mano, que le hace sonreír, que le pone también la inyección aunque le duela a él, sabiendo que eso tal vez el día de mañana le pare.
Dios es padre. Yo creo que él está compartiendo. No nos está viendo, está compartiendo y sintiendo nuestro dolor en nosotros mismo, así como nuestras esperanzas también en tanta gente que afortunadamente no ha perdido el ser ser humano por volverse un instrumento del comercio, del consumo o del placer. (JDF)-(O).